Iniciamos con tres hermanas, cuya denominación (es decir su designación grupal) puede traducirse como “terrible” y que se escriben como Górgonas. El nombre de cada une era Esteno, Euríale y la más célebre (y a su vez la única mortal de las tres) Medusa. Ella, un ser ctónico (del inframundo) de cabellera serpenteante y capaz de petrificar a cualquier que la viera a los ojos cumple su destino mortal y es decapitada por Perseo. En el funeral de Medusa sus otras hermanas lloraban desconsoladamente y emitían al hacerlo un sonido tan característico que la diosa Atenea al hacerse presente en el lugar quedó prendada por esos sonidos y se abocó a la construcción de un instrumento capaz de reproducir esos gemidos. Así inventó el aulós (un instrumento de viento de doble caña antecedente de nuestro actual obóe) y dichosa por su creación llevo a un banquete el instrumento para deleitar a la concurrencia, entre las que estaban las maledicentes Hera y Afrodita que, quizás celosas por el genio de Atenea o quizás con razón, se burlaron de la cara de la diosa al ejecutar el Aulós pues para hacerlo debía inevitablemente inflar las mejillas quedándole la cara deformada y ausentando así su belleza olímpica. Ofendida Atenea corre huyendo del banquete y en un río del bosque Frigio, confrontada su imagen con la prístina y especular superficie del agua, toca por última vez el aulós y confirma la inflamación de sus mejillas y, por esa razón, arroja el instrumento maldiciendo a cualquiera que lo recogiera. En el relato mítico griego la fatalidad esta siempre anunciada y, como podrá preverse, alguien recogió el aulós. Fue el sátiro Marsias que al levantar el instrumento descubrió que con sólo llevárselo a la boca, y de manera prodigiosa y solitaria, el instrumento sonaba sólo. Inicio, involuntario, una gira musical pues cada uno que lo oía lo loaba y así, de región en región su fama de músico creció al punto de ser señalado como superior al mismísimo Apolo (que, además de diestro músico era de una arrogancia tan abultada como su destreza). Marsias incurriendo en una soberbia injustificada (recordemos que el instrumento sonaba sólo) reta a Apolo a un combate musical: Apolo con la lira y Marsias con el aulós. Las musas serían el jurado que decidiera el vencedor que, además de fama, tendría la posibilidad de infligir la pena de su preferencia al vencido (la muerte estaba incluida entre las posibilidades y atribuciones del victorioso). La perfección en la ejecución de la lira y del aulós hacía del combate musical un empate indefinible. Entonces, astuto y decisivo, Apolo reta a Marsias a tocar y cantar al mismo tiempo y, desde luego, con la lira esto es posible más no con un instrumento ejecutado por el soplo. Así la diferencia se hace evidente y Marsias, a veredicto de las musas, pierde la contienda y con ella la vida ya que Apolo lo despelleja vivo (y así se cumple la maldición de Atenea). No dejemos la historia en este estado de angustiosa tensión, pensemos que las lágrimas de los amigos de Marsias, de tan frondosas e inagotables por la pena, se volvieron un bello río.
El aulós es un maravilloso instrumento que permitió a los griegos descubrir que no hacían falta dos personas para generar dos sonidos simultáneos con instrumentos de viento. Esta doble flauta poseyó a lo largo de la historia varias versiones, algunas con dos flautas idénticas y que ejecutaban melodías al unísono y otras veces flautas diversas que poseían algunas veces una flauta con un único sonido creando una nota pedal que construía un ambiente armónico sobre el que la otra flauta ejecutaba una melodía, y otras veces existían distintos largos de los tubos de cada flauta y se generaban interesantes estructuras armónicas en la combinación de dos melodías superpuestas pero distintas. En estos casos se supone que el juego melódico de cada tubo estaba limitado a la acción de cuatro dedos por mano (y sus combinaciones por supuesto). Estas posibilidades inauguraron en el previsible espíritu agonal de los griegos, competencias musicales distintas, unas conocidas como Monodias (una lírica solista) y otras como Chorodias (de ejecución coral y armonizada). Hasta tal punto comenzaron a pensarse estos aspectos musicales que hoy día conocemos como melodía y armonía que Platón reclamó jurados diferentes para estas contiendas entendiendo que tenían lógicas distintas y debían ser juzgadas con diferentes criterios.
Tan imbricada está la música en estos orígenes con la tragedia y los dramas constitutivos de nuestra cultura que casi es impensable separar el sonido del sujeto social que hoy día somos incluso como consecuencia de ese pasado sónico. Así hoy día construidos el sujeto social del futuro acompasando nuestra cotidianidad con el sonido de los cuencos tibetanos, así hacemos historia en cada sonido y mirándonos en el río de los días (y distinto a Atenea) no le tememos a las transformaciones que el instrumento pueda obrar en nuestros cuerpos sino que, por el contrario, las celebramos.-
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