En una frase elevadora, de esas de las que es imposible salirse sin la fascinación, la Filósofa Carolina Durán nos dice: “la poesía griega no era un mero arte verbal, sino que reunió en sí palabra y tono en una unidad inseparable; ritmo, melodía y texto son sólo abstracciones tardías”. El discurso en sí, como conjunto unificado y dotado de sentido, es una obra armónica. Hablar es armonizar con palabras el logos, la idea, la interioridad que quiere darse a conocer. Ese logos interior representa, en su armónico discurrir, una imagen especular del logos exterior, del cósmico, de aquel que se evidencia en la existencia y cuyas razones de armonía están escondidos y sólo reveladas al buscador de corazón. En palabras de Sócrates: “aquello tan general (to koinón) de que usan todas las artes (téchnai) y razonamientos (diánoiai) y ciencias (epistémai); lo que es forzoso que todos aprendan en primer lugar […] Esto tan vulgar de conocer el uno y el dos y el tres. En una palabra, yo le llamo número (arithmón) y cálculo (logismón)”. Para conocer lo que todas las artes tienen en su desarrollo como develación es necesario dominar el número y el cálculo. Luego el geómetra Euclides en su “Sectio Canonis” sugiere la palabra diastema como reemplazo del logos ya que podría facilitar su asociación con segmento o proporción. El logos como término quedo luego para determinar la razón entre dos magnitudes, esto es su clave de develación, su sentido como evidencia que parlamente la conexión de la música (y sus lógicas interiores) con el cosmos y sus lógicas exteriores (aunque no evidentes).
Todo esta vivo y responde afirman los místicos y las palabras también son una vitalidad que al tiempo que fonan un contenido semántico, en su existir como estructura significante denunciaban la presencia de la armonía y la proporción. La posibilidad de tener un lenguaje para decir estas cosas ya en sí es evidencia del milagro.-.
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