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Canto metálico

“Cuando el señor, también conocido como dios, se dio cuenta de que a adán y eva, perfectos en todo lo que se mostraba a la vista, no les salía ni una palabra de la boca ni emitían un simple sonido, por primario que fuera, no tuvo otro remedio que irritarse consigo mismo, ya que no había nadie más en el jardín del eden”

Caín. José Saramago


“Que no se trabe mi lengua

ni me falte la palabra.

El cantar mi gloria labra,

y poniéndome a cantar,

cantando me han de encontrar

aunque la tierra se abra””


Martín Fierro. Josè Hernàndez


Algunos verbos dan la talla de lo monumental y sólo comparten categoría con el resto de los verbos por esa conveniencia de uniformidad que sabe tener el lenguaje para ser enseñado. “Cantar” es uno de esos verbos titánicos que habitan el acotado espacio que guarda la palabra para la enunciación de las verdaderas importancias de la vida. “Cantar” es, acaso, de los verbos que siendo importantes no son presuntuosos. “Amar”, por el contrario, es un bello verbo acostumbrado a las fanfarrias y los protagonismos pero su enunciación señala un universo tan grande de acciones que es imposible saber cuál de ellas viene a cumplirlo, se ama de mil formas y todas se agrupan en un único verbo que de tan amplio y ambiguo es niebla de sí mismo. Pero “Cantar” es cantar, sencillo y eficaz pues señala una única acción concreta, la musicalidad de la fonación, el sonido musicalizado, la voz expresiva, semántica o no, pero contundente. Y es además, esa acción que indica el verbo, de tal goce que pareciera anudada no sólo a la celebración de una posibilidad fisiológica sino que pertenece a una necesidad tan anclada en lo esencial que bien podría llamarse una “misión”. En ingles a los cuencos tibetanos se los llama Cuencos Cantores (singing bowls), aludiendo no tanto a su procedencia (como sucede con la traducción al español a la que estamos habituados – cuencos tibetanos-) sino a su acción de cantar coralmente las múltiples voces que lo pueblan. Nos gusta esa traducción anglosajona porque permite, a la vez, enunciarlos como objetos pero denunciar su misión: cantar la voz ancestral de la armonía.

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