Tras el potentísimo título “Prometeo, el poema de fuego”, se encuentra una impactante búsqueda musical que llevó adelante el compositor ruso Alexander Scriabin. Lo curioso y maravillosos de esta pieza es que entre sus instrumentos solicita necesaria la presencia de una “Cromola” o más conocido como “Clavecín ocular”. Este prodigio, que ya mentamos hace años pero traeremos del recuerdo, fue invención de un matemático jesuita llamado Louis Castel hacia 1720. Ideó entonces un teclado que al tocar las teclas mostraba a la vez un color. De este modo la ejecución de una pieza musical era a la vez una construcción pictórica de una danza de colores, coreografíada por los sonidos pero evidente también a los ojos por los cromatismos que activaba. Scriabin, de quien probablemente hablemos en varias ocasiones, en su búsqueda de una obra total (algo así como la síntesis de Wagner) va más allá, postulando que con su música daba acceso a la experiencia cósmica, ni más ni menos. Por eso era necesario parlamentarle a la multiplicidad de sentidos que nos pueblan, siendo que el cosmos en el humano se dá como síntesis de su multiplicidad sintiente. El mito prometeico era favorecedor a este fin porque habla además de la potencia humana al poseer un recurso, en este caso el fuego. Scriabin en su furia de colores y sonidos sentía dotar a la humanidad, como Prometeo, de una clave catalizadora que le permitiera evolucionar en lo espiritual.
A búsquedas como éstas debemos las innovaciones más favorecedoras en el arte sonoro. Proponemos oír esta pieza, con los ojos cerrados, y ver que cosmos colorido les nace desde el interior. –
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