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Críticas al sonar celeste

Todas las teorías traen críticas, las necesitan para florecer. A la hermosísima teoría del sonar celeste, de la Música de las esferas se le opusieron no pocos refutadores y muchos de ellos de increíble genio y renombre. Nos detendremos en tres de estos objetadores y sus críticas a la teoría de la música de las esferas. Iniciaremos para ello con Aristóteles. El Estagirita pide empiria como primer reparo. Según él no es sostenible la teoría ya que es ostensible que esta música no se traduce como un fenómeno acústico, y como lo música lo es debiera comportarse este sonido celeste (para ser música) del mismo modo, no haciéndolo no se considera verdadera la teoría.

¿Por qué no se escucha el sonar de los cielos? Se plantea Aristóteles. Aún afirma que como estamos considerando el sonido del desplazamiento de grandes masas como el Sol y la Luna sería esperable un sonido de igual magnitud y su mutismo es por ya elocuente como refutación. En De Anima además suma la noción del sonido como resultado del impacto de dos existencias que producen luego una movilización del aire. En el sistema planetario Aristotélico no hay posibilidad de colisiones entre los astros y por lo tanto no es posible suponer entre ellos relaciones de intervalos sonantes. Sin embargo y con el corazón de un justo observador de los intentos de pensamiento no niega, ni quita, sino que celebra la belleza de la teoría, pero la deja ahí, en una bella expresión del intelecto humano.

Luego tenemos a Aristoxeno, que impugna también la teoría de la música de las esferas aduciendo que la magnitud de los intervalos debe ser juzgada por el oído y no por cálculos numéricos que son objeto del pensamiento puro. Además afirma que los pitagóricos hacen una imperdonable transferencia de un sensible al sentido que no les es propio, porque infieren de la observación astronómica una realidad sonora que a las vistas (o a los oídos) se ausenta por su ser imperceptible.

Finalmente Plinio también se hace presente para dar voces de desacuerdo aduciendo la incapacidad del oído humano de percibir el sonido de la inmensa masa que gira vertiginosamente en rotación incesante. Para él sería intolerable a los oídos la mera idea de la realidad de la idea de la música celeste.

Sea el cielo un constante silencioso, cante himnos sublimes o canciones sólo ecualizadas a oídos preparados para ello, lo bueno es que ahí permanece, enfrentándonos y como en prepotente invitación a sumergirnos en sus misterios.

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