“El alma se trata, mi bendito amigo, con ciertos ensalmos y estos ensalmos son los buenos discursos, y de tales buenos discursos, nace en ella la sensatez. Y una vez ha nacido y permanece, se puede proporcionar salud a la cabeza y al resto del cuerpo.”
Càrmides – Platon
“Nada es más característico de la naturaleza humana que el ser calmada por una melodía dulce y ser alterada por su contraria”
Boecio, De institutione música
Incapacitados de discreción Àbaris el Hiperbòreo, Empèdocles de Acragante y Epimenides de Creta surcaban la antigüedad modificando la naturaleza con sus sonidos y cantos; apodados con merecida pompa supieron ser conocidos como “el que camina por el éter” (Àbaris), “el protector de los vientos” (Empedocles) y “el purificador” (Epimènides). Todos ellos eran καθαρταí (kathartaí) o “ensalmadores” y produciendo sonidos especiales componían conjuros llamados “ensalmos” en busca de la mejoría de los padecientes utilizando la palabra como acción terapéutica. Entre las posibilidades que estos ensalmos comportaban estaban las que Àbaris supo transformar en hazañas musicales haciendo posible apartar la peste en Lacedemonia, calmar oleajes y retener levitando el granizo para que nunca contactara con la tierra. Existen pues, propone el mito, unas fonaciones específicas que accionan en la naturaleza modificándola a voluntad y por tanto el lenguaje (musical y semántico) se vuelve un recurso creativo en términos materiales. Desde el Fiat Lux (“que se haga la luz”) con que la Biblia inicia su tercer versículo del Génesis, la fórmula “maskelli-maskello” que se encuentra en los textos encontrados en los desiertos de Egipto conocidos como “Papiros Mágicos Griegos”, o los palíndromos que siguen un patrón sonoro como akrakanarba, santalala, sesengenbapharanges, akhaiphothotho, ablathanalba, akramakhari, phorphora o borphorba o el famosísimo Abracadabra, toda tradición cultural posee un catalogo de “palabras mágicas” connotadas de potencialidad materializadora. En Japón se cree que las palabras (ciertos sonidos en realidad, muchas veces meramente sílabas) poseen poderes sagrados o espirituales; la palabra que designa este poder sagrado en las palabras es Kototama y esta a su vez compuesta de dos Kanji: Koto= “decir” y Dama=”espiritu”. Estos poderes místicos viven en las palabras en esperas de ser activados en su fonación y en su dimensión de “palabras mágicas” pueden afectar el entorno natural e influir en el cuerpo de los seres humanos.
Este intento de influir la naturaleza con vibraciones del rango audible es una constante en las tradiciones musicales de las comunidades y aunque son sabidos los efectos contrarios sobre la influencia positiva de los sonidos de la naturaleza en los humanos es valiosa la inquietud sobre la afectación inversa: ¿pueden los sonidos de los seres humanos afectar la naturaleza voluntariamente? Tanto la exitosa investigación creciente en Protéodie o Música Protoide (de la que hablamos hace dos meses atrás) sobre el efecto sonoro en las plantas, como las investigaciones de levitación acústica hoy día desarrolladas en la Universidad de Tokio por Yoichi Ochiai, Takayuki Hoshi y Jun Rekimoto ("Dynamics of levitated objects in acoustic vortex fields” y también "Acoustic levitation of liquid drops: Dynamics, manipulation and phase transitions”) nos permiten aventurar posible esta correspondencia y pensar que el sonido es una doble vía que une al hombre y a su entorno en su capacidad mutua de influirse y transformarse.
Los Cuencos Tibetanos se nos ofrendan como un recurso para poblar de vibraciones transformadoras nuestros habitats y paisajes. En la contigüidad de ser humano y cosmos el sonido es una realidad unificadora que se nos vuelve lenguaje universal y agente transformador. Por eso no cesaran nuestros cuencos de vibrar en su intento de trocar lo inarmónico en canción amiga, en unión vibrante.-
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
Comments