Muchas veces el virtuosismo resulta intransferible y la construcción de ciertas cimas en la habilidad de tocar un instrumento o componer no pueden metodologizarse, de modo que pareciera que el camino a la genialidad es siempre una selvática senda solitaria sin huella visible para seguir pasos ya antecedentes. Franz Liszt fue uno de estos inexplicables e inimitables virtuosos al punto que lo que él tocaba al piano quedaba fuera del repertorio de posibilidades de la mayoría de otros pianistas. En su intestina e inescrutable genialidad, intentando transferir una idea musical a una orquesta que dirigía, comenzó a gritar “algo más azulado”, “no tan rosado, sino violáceo oscuro”, utilizando colores en vez de indicaciones musicales para dirigir la orquesta. La sinestesia (habilidad de evocar un sentido a través de un estímulo en otro sentido) como sensación íntima parece enriquecer la experiencia somática del fenómeno musical, pero es cuestionable cuando la colectiviza y se la quiere utilizar como lenguaje hacia otros. ¿Qué es llevar los sonidos hacia lo más azulado, o quitarle algo de lo rosa? Dos genios musicales, Kórsakov y Scriabin, abos sinestésicos, cuando oían el acorde de Re mayor veían internamente colores distintos. Kórsakov experimentaba era un dorado mientras que Scriabin juraba percibir un amarillo.
Por eso cuando, año tras año, asistimos al regalo de oír como la gente experimenta el sonido de los cuencos tibetanos, vemos como su sonido maravilloso estalla interiormente en un color distinto en cada uno, armando un hermoso y vibrante arcoíris humano.-
Comments