En fatal coro, cuando el enemigo se aproximaba lo suficiente, los aztecas ejecutaban al unísono sus Ehecachichtli, un silbato de estridente sonido conocido por sus efectos como “Silbato de la Muerte”. Lo letal de este instrumento estaba en la tenebrosa similitud de sus sonidos con los quejidos de un torturado, y por eso ejecutados en cantidad y auxiliado por la reverberancia del paisaje, este silbato causaba tal terror psicológico que hacia que los atacantes se detuvieran pasmados ante la sonosfera de alaridos que producían e incluso muchos de ellos, aventurando en los sonidos su posible infausto futuro, se retiraran a toda marcha. Su nombre es una directa asociación con Ehècatl, palabra Nahuatl que significa “el Señor del viento”. Este dios mitológico generaba ruidosos vientos que barrían el cielo para traer la lluvia y con ella bendecir los campos para producir alimento. De apasionado temple, Ehecatl se enamoró de una mujer terrena y para que ella pudiera corresponderle le regaló a la humanidad entera la capacidad de amar, a él también le debemos no sólo la música del viento sino la habilidad de enamorarnos. El Ehecachichtli sin embargo, en vez de representar este brioso dios del amor, era utilizado como sonido para espantar en la guerra y como contexto musical en los rituales mortuorios. Se tallaba sobre él habitualmente una calavera y se lo sonaba como homenaje al señor de los muertos (Mictlantecuhtli) y al cuidador del inframundo (Mictlancihuatl). Por eso en una de las excavaciones funerarias mas estudiadas conocida como el “Entierro 7”, según el informe arqueológico figura "En el primer plano sobresalen los pies cortados del primer sujeto colocados sobre los del segundo sujeto y como este sostiene en cada mano un silbato”. En términos estrictos el Ehecachichtli es un aerófono de doble diafragma o de muelle de aire y pertenece al tipo de instrumento conocido como “generadores de ruido”. Esta denominación excluye al silbato de la categoria instrumento musical porque supone que sus sonidos son meramente ruidos. Si lo entendemos desde nuestra perspectiva posmoderna y a través del prisma conceptual-musical actual es cierto que sus sonidos poco parecen acercarse a nuestra idea de musicalidad, sin embargo en el universo musical mexicano de entonces el uso de las frecuencias audibles estaba extendido y como su uso era también ceremonial y ritual es posible considerar estos sonidos dentro de una idea “musical cultural”. En el corpus legislativo de Tenochtitlan conocido como “leyes de Nezahualcoyotl” se privilegiaban como los cuatro còdigos o pilares a la guerra, la justicia, las finanzas y la mùsica; y por eso si consideramos en este contexto histórico esta relevancia mas que significativa a los sonidos es porque los sospechaban susceptibles de modificaciones sociales contundentes. Uno de los silbatos mas antiguos estudiados proviene del Cerro de las tres cruces llamado en Nahuatl “Mazatepetl”, en la ciudad de Mèxico (para ampliar sobre los detalles arqueologicos de este objeto recomendamos las investigaciones de Francisco Rivas Castro, perteneciente al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Mexico). Para el análisis acústico de este instrumento se genero una grabación variando la presión de entrada de aire y luego se estudio el espectro sonoro resultante. Las frecuencias fundamentales oscilaban alrededor de los 200hz y las medias entre 1700hz a 2800hz, con algunos pocos armónicos identificables y, eso si, la presencia de muchísimo ruido en el espectrograma. Los sonidos más fuertes que pudieron generarse estuvieron cerca de los 102 db. Si bien es una potencia considerable, por sus características timbricas no pareciera posible suponer que el silbato sirviera para transmitir señales a largas distancias, sino que seria un fuerte estímulo pero en distancias medias o en lugares cerrados como cavernas o cuartos, lo que enfatiza su posible destino ceremonial. Y para allanar el camino de la descripción, si acaso se animan a ofrecer los oídos a su sonido, les dejamos este enlace para que puedan oír el Ehecachichtli o “silbato de la muerte” y en sus vibraciones quizás sentir lo que asustaba a los incautos que intentaban atacar a los aztecas (pegar enlace).
Cuando suenan los Cuencos Tibetanos se revitalizan sus orígenes y así, como una reencarnación acústica, los cuencos renuevan la tradición vibrante. En nosotros, los ejecutantes de estos tiempos, se sucede la encarnación de la historia de estos sonidos, y como toda historia es una construcción constante, al tiempo que sonamos también escribimos en el aire nuestro acontecer como humanidad musical.-
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
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