“Nadie está exento de decir vaciedades, lo peligroso es proferirlas presuntuosamente”
Montaigne – Ensayos
En el Tibet milenario cuando un maestro iniciado quería legar su doctrina secreta lo hacía a través de una cánula que comunicaba la boca del maestro con el oído del discípulo y que vehiculizaba el mensaje sólo a ese único oyente, que repetiría años después el mecanismo con otro discípulo cuando le haya llegado la hora de ser también maestro iniciado. Por pedagogías como esta, secretas e íntimas, es que se vuelve esquivo determinar con justeza el origen de los cuencos. Existe la complejidad de distinguir entre el religioso común, aquel seguidor dócil y obediente de la doctrina y la liturgia, monje simple cuyas costumbres también son las de su comunidad; y el monje selecto, el iniciado, que accede de manera exclusiva a esos foros que le depararan el conocimiento de lo secreto. Esta artesanía en la educación de unos pocos consiguió hacer perdurar el secreto de los cuencos a salvo de los curiosos que no hagan mérito para acceder a él. Nosotros, día a día, investigamos poniendo nuestro oído hacia los vientos que sospechamos que nos hablan. Quizás algún día esos vientos sean cánula y en su aire viaje algún mensaje maestro trayéndonos el conocimiento que tanto ansiamos. Mientras tanto tocamos con fe, que es otra manera de conocer lo mágico.
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