Hemos postulado tiempo atrás la existencia de rasgos intrínsecos y caraterìsticas en los tonos que permiten identificarlos sin un patrón de referencias; y mencionado también que quienes poseìan la capacidad de percibir estos rasgos en los tonos eran considerados como dotados de “oído absoluto”. Incluso hablamos de la preciada localización de esta habilidad en el precùneo o lùblulo cuadrilàtero izquierdo, pero nada dijimos de las razones de este don. Hoy es el momento.
Se supone que el oído absoluto se relaciona con una predisposición genética adquirida y que necesita para aparecer en un linaje que alguien sea expuesto en la infancia a la música muy intensamente. Esto haría posible internalizar el tono de referencia epocal y luego heredarlo a la generación siguiente. La dimensión epocal no es algo menor a considerar siendo que los patrones de referencia sobre los que se edifican las relaciones intervàlicas van variando a lo largo del tiempo y decir, sin referencias, “esto es un Do”, implica de alguna manera tener internalizada la referencia de ese tiempo histórico. O dicho de otro modo, el oído es absoluto hasta tanto no se cambia la referencia de afinación que estructura la música (y en consecuencia la sonosfera) del sujeto que posee esa condición.
Somos oyentes situados y aùn hasta nuestras certidumbres sonoras mas fuertes son hijas de la urdimbre socio-cultural. La familia humana compone las certezas absolutas y luego hace otras canciones y nacen otros absolutos que desmienten o reemplazan los anteriores. Por eso cada vez que oìmos, además de la música, oímos nuestro tiempo.
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