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El riesgoso asunto de escuchar

“Aunque ningún oído me escuche, tengo eco en los corazones y en ellos retumbaría. Con una figura transformada, ejerzo sobre ellos mi violencia. En los caminos de la tierra y sobre las olas del mar, me convierto en el horrible compañero que, aunque nunca se busca, siempre se encuentra y soy tan adulado como imprecado y maldito. ¿Nunca me conociste, nunca conociste la inquietud?”

FAUSTO, J.W. Göethe.


“Las ilusiones tienen tanto valor para dirigir la conducta, como las verdades más exactas”

EL HOMBRE MEDIOCRE, José Ingenieros.


No sería incorrecto pensar que cuando el hermano Miguel, monje de la Abadía de Pomposa, recibió del monje y estudioso musical Guido de Arezzo la carta titulada “Acerca de un canto desconocido”, tembló. Pues se recomendaba en la epístola evitar al cantar la ejecución de unas notas específicas porque podría, en ellas, filtrase el demonio. Luego vino el tiempo a bautizar estas notas y con precisión de conspirador metafísico se las llamó “Diábolus in música”, aludiendo a lo que en la actualidad entendemos por “Tritono”. Este intervalo no es más que la ejecución (simultánea o sucesiva) de unas notas cuyas distancias entre sí es de tres tonos. Y antes de que el tedio o la extrañeza sobrevengan sepa quien lee que si escucha “El ocaso de los dioses” de Wagner, a Black Sabath, o incluso cada vez que prende una computadora Mac o suena la presentación de los Simpons ese tritono suena. Lo cierto es que al oírlo se tiene una sensación de extrañeza, siendo que se genera una tensión particular entre los sonidos que pide a gritos ser concluida. Como en los oscuros tiempos del año 1000 lo que generaba extrañeza, incomodidad o incomprensión era señalado de demoníaco, parece posible suponer que esta sensación corporal generada por la tensión de las notas del Tritono se sospechara auspiciada por el maligno quien tras estos sonidos moraba esperando oídos incautos que consiguieran, sólo con la escucha, condenarse a una eternidad en el infierno. Cierto es que el mecenazgo satánico es omnipresente en la música popular y desde Paganini, pasando por Led Zepellin, Robert Johnson y hasta los Rollings Stones, se pensó siempre que el Mal entendía necesario abrir sucursales en la música para mejor difusión de su programa de corrupción de almas. Nosotros no adherimos a tal idea, porque vemos constantemente en la música y en los sonidos las confirmaciones de sus potencialidades armonizadoras. Claro que los volúmenes altos y el ruido (como yuxtaposición desordenada de sonidos) es molesto y hasta nocivo, pero eso ya no es música sino el resultado de un accidente en el sonido o una inhábil ejecución de él. La música no tiene conspiraciones sino posibilidades. Y para volver a nuestro asunto, les recomendamos oír la sonata para Violín de Guiseppe Tartini llamada “El trino del diablo”, que fue aparentemente dictada por el demonio en sueños del compositor. ¿Habrá quien al oírla empiece a escuchar los susurros seductores de las almas en pena? Quizás, pero para nosotros es tan bella que, no sólo sobrevivimos a su escucha sino que auguramos que el alma, al oírla, sólo puede egresar sonriente.

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