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El Sonar de la Discordia

«Pólemos [la guerra] es el padre de todas las cosas y el rey de todas: a unos ha acreditado como dioses, a otros como hombres; a unos ha hecho esclavos, a otros libres».

Heráclito, fragmento 53


“Frecuentemente puedo oír música en el corazón del ruido”

George Gershwin, citado en George Gershwin(1931), Goldberg


Pólemo, el dios de la batalla, fue el último de los dioses solteros y por encomienda olímpica tuvo que casarse; entonces hubo de hacerlo con la única diosa sin marido, Hybris, la diosa de la desmesura. Juntos la batalla y la desmesura concibieron a Alala, el espíritu del grito de la guerra. Semejante al ulular de la lechuza (emblema de la diosa Atenea) dicen algunos, otros lo entienden como “grito sordo” o “ensordecedor”, el poeta Virgilio lo piensa como un llanto prolongado y algunos afirman que Alala canta en la batalla con las agudas intensidades del viento huracanado. Lo cierto es que inevitablemente la discordia vehiculiza sonidos específicos al punto que no hay contienda ayuna de sonoridad. Y siendo habitual para nosotros hablar de la música y la armonía hoy daremos con la cara oscura de las vibraciones audibles y su presencia en las batallas. Desde el augurante cuerno Gjallarhorn con el que Heimdal (el dios guardían de la morada de los dioses nórdicos) avisará sonando el comienzo de la batalla del final de los tiempos, el carnyx celta que incitaba a las tropas y proponía reflexionar a los enemigos sobre la conveniencia de la retirada, el lituus etrusco que ponía briosos a los caballos para mejor arrojarlos contra los enemigos (que luego tocó con intenciones rituales Rómulo en su anunciación fundacional de Roma), hasta los olifantes de marfil con los que los caballeros medievales avisaban el inicio de la batalla, siempre el ánimo belicoso pareció necesitar un sonido inaugural que convocara esas energías desenfrenadas y organizara la caótica furia interior para orientarla contra el enemigo exterior. Sin embargo también los sonidos fueron capaces de evitar enfrentamientos. Una de estas ocasiones excepcionales sucedió en Esparta, ciudad de militares y donde la guerra no sólo era una naturalidad sino también la ocasión de sobresalir socialmente, volcarse méritos y trascender al propio tiempo. En vísperas de un conflicto seguro y antes de la batalla los sacerdotes espartanos consultaron el Oráculo de Delfos que vaticinó necesario traer a Terpandro, un músico de tal habilidad con los sonidos que era conocido como el “deleitador de hombres”; con las consonancias de la lira él pudo templar los ánimos de las facciones enemigos y facilitar una solución dialogada del desacuerdo. Mucho más cerca de nuestro tiempo, exactamente en el año 1708, y durante la Batalla de Oudenarde que enfrentaba a Francia contra la alianza de Austríacos, las Provincias Unidas e Inglaterra (en lo que se conoció como la “Guerra de sucesión española”), los percusionistas del ejercito aliado consiguieron imitar con tal exactitud la melodía de retirada del ejército francés que gran parte de sus soldados engañados por esta astucia musical comenzaron la retirada y marchándose del campo de batalla.

Los Cuencos Tibetanos son aliados de la concordia y llevan en sus vibraciones la posibilidad de la hermandad. El estado de interioridad armónica que favorecen es el mejor escenario para el entendimiento de las personas y para la resolución de los conflictos. Y como es transhistórica la presencia de la discordia entre los seres humanos, y también lo es la compañía de la música en estos conflictos, queremos sumar nuestros sonidos de los cuencos tibetano entendiéndolos como un recurso vibrante para la Paz.-

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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