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El Sonido como Comunidad

“Soy una afectuosa palabra pronunciada y repetida

por la voz de la Naturaleza;

Soy una estrella que cayó de la

azul bóveda a la verde alfombra.

Soy la hija que los elementos

y el invierno engendraron”

Khalil Gibra, Lágrimas y Sonrisas


“Resulta muy difícil evolucionar alterando la estructura profunda de la vida. Cualquier intento de cambio puede resultar funesto. Aún así es posible que se produzcan transformaciones básicas mediante la superposición de nuevos sistemas a los ya existentes”.

Carl Sagan, Los dragones del Eden.



Apolo, de múltiples obligaciones en el Olimpo, además de ser el dios de la música era a su vez un enamorado decidido. En esta ocasión que queremos contar lo vemos irrefrenable en su deseo de poseer a Dafne, una ninfa de los árboles excedida en belleza, que en su estéril intento de escapar de Apolo consigue, por gracia de su padre, ser convertida en Laurel y de este modo evitar los galantes avances del dios de la Música. Impedido de poseerla pero tomado aún por la intensidad de su pasión, Apolo promete amarla eternamente y ésta es la razón por la que el laurel ornamenta la cabeza de Apolo, y es de esa forma como el Dios lleva a su amor consigo cada vez que blande la lira. Pero nos gustaría poner el foco sobre Dafne ya que, como ella, somos muchos los que sentimos la necesidad de una metamorfosis salvadora y utilizamos la música como agente alquímico que facilite estas transformaciones. Sabemos que la música nos cambia, eso es indudable, e incluso es tan evidente que afirmarlo es redundar. El verdadero misterio que nos moviliza es descubrir de qué forma nos cambia la música y cómo podemos utilizarla en nuestra búsqueda de un Estar armonioso y saludable. Quienes tocamos cuencos tibetanos sabemos de este caudal transformador que tienen sus sonidos, sin embargo aún a pesar de la experiencia en el cuerpo se nos impone la necesidad de ir tras la búsqueda de las razones de esa transformación. Hoy queremos compartirles otra curiosidad que adoquina el camino en el conocimiento del funcionamiento del sonido como recurso armónico y su poder de cambiarnos. Un grupo de investigadores encabezados por Steven Brown, estudiaron canciones grabadas por etnomusicólogos desde de la década del 20´ hasta la actualidad de 9 tribus aborígenes de la isla de Taiwan y vieron en ellas patrones musicales específicos que las distinguían entre sí. Estas diferencias se daban en los tonos que utilizan, los ritmos, las intensidades de cada una de sus partes y otras variables. Compararon estos datos característicos de cada tipo musical que se daba en cada tribu con el ADN mitocondrial de 1050 personas, todas ellas de estas tribus taiwanesas. Descubrieron que cuanto más similar era la música que compartían estas personas, más similar era su vez su ADN (el artículo que mencionamos se llama “Correlations in the population structure of music, genes and lenguage”). Pueden, en apariencia, haber evolucionado juntos la música y los genes, de modo tal que las tradiciones de sonidos de cada lugar configuren y condicionen los rasgos de las personas que nacen y se desarrollan en esos lugares. Pueden, en apariencia, los sonidos que oímos y compartimos entre nosotros formarnos de un modo tan profundo que, por lo que escuchamos, podemos a su vez llamarnos parte de un mismo grupo, ser una comunidad configurada por la música y los sonidos que nos rodean.

Quizás, al tocar los Cuencos Tibetanos juntos y al perdurar tocando en el tiempo, consigamos volvernos, aún en la distancia, parte de una misma tribu, hermanos de una misma familia. Los cuencos tibetanos parecieran tener esa condición maternal: al proyectar sus sonidos se sucede un parto y nacemos a la vida ya atravesados por la experiencia de esas vibraciones, ya intervenidos armónicamente. Lo maravillo es sentir la posibilidad de que estas vibraciones de los cuencos tibetanos nos modifiquen hasta el punto de volvernos una unidad sonora, una hermandad transnacional y transcultural, una familia en el sonido.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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