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El Sonido como Identidad: una mejor manera de estar-siendo

“Por fuera de las partes elementales de la matemática, nuestra argumentación no es nunca irrefutable y sin lagunas. Tenemos que sopesar siempre las razones”

Karl Popper – La responsabilidad de vivir


“Las Naturalezas en nada tienen maestros”

Corpus Hippocraticum


Cuando Eneas fue herido mortalmente por una flecha en su muslo, Iapix (protegido de Apolo que aprendió del Dios las artes de la música y la medicina), prefirió en esa ocasión para tratar a Eneas “… las virtudes de las hierbas y los usos del curar, y el ejercicio sin gloria de las artes mudas”; esto significa que Iapix en aquella ocasión prefirió curar, pero sin sonidos. Así fue mencionada durante mucho tiempo en la antigüedad a la medicina: Muta ars “arte muda”, por ser una elección de acción terapéutica sin sonido, que trascendió en la expresión “herba, non verba” (“remedios, no palabras”). Sin embargo, y para continuar con el relato según lo cuenta Virigilio en la Eneida, la elección de Iapix fue insuficiente y frente a la inminencia de la muerte de Eneas tuvo que intervenir Venus y rescatarlo mágicamente. Como una experiencia en espejo, pero en esta ocasión hablando a favor del uso del sonido como auxiliar terapéutico, tenemos a Ulises, quien cazando con los hijos de Autólieo es herido también en la pierna por un jabalí; pero a diferencia de Eneas, en esta ocasión sus compañeros de cacería deciden realizar un círculo alrededor de Ulises y con un canto (epaoidé) consiguen revertir el sangrado en la pierna del héroe.

El uso de los sonidos como auxiliares de la salud existe en nuestra historia cultural desde los tiempos prehistóricos y, desde entonces y hasta nuestros días, es posible encontrar voces a favor y en contra. Incluso la propia medicina fue protagonista de estos pugilatos y pueden listarse una enorme cantidad de opiniones, desde Celio Aureliano, medico romano del siglo V quien suscribe a la frase de Sereno “jáctense necia y vanamente quienes creen que la fuerza de la enfermedad puede ser expelida por melodías y cantos”, hasta Novalis, médico del siglo XIX para quién cada enfermedad no era más que un problema musical. La maravilla de esta controversia es que favorece la investigación y genera, en pos de hacerse de argumentos, avances en la posibilidad de considerar a los sonidos como un complemento para la salud y el bienestar. Pero, aún a pesar de adherir o disentir de las argumentaciones, sucede que ciertos sonidos mejoran la experiencia cotidiana, ya sea porque facilitan la alegría, porque relajan o simplemente porque evocan en el imaginario asociaciones benefactoras. Con el correr del tiempo llegan al mundo de los cuencos tibetanos, de manera pausada pero solvente, confirmaciones teóricas que validan en el pensamiento lo que se instala en la experiencia al escucharlos, pero existe antes, omnipresente, la certeza inevitable que sus sonidos son, de alguna forma, hermanos del bienestar. Según la visión del músico Carlos Fretgman, es posible suponer que la etimología de la palabra “persona” se corresponda con la expresión “per- sona” esto es “por el sonido”. Si bien existen otras muchas y mejor fundadas etimologías de esta palabra, a nosotros nos gusta especialmente, porque entendemos que nuestros sonidos nos dan una identidad, nos localizan como existentes y perfilan al vibrar nuestros propios contornos haciendo del territorio de nuestro cuerpo y nuestra energía una patria que camina. En VISHUDA nosotros llevamos nuestras fronteras existenciales vibrando con el sonido de los cuencos tibetanos y, al sonar, descubrimos que más que fronteras los sonidos se nos vuelven puentes y nuestras identidades, gracias a sus vibraciones, se funden en una totalidad que llamamos “familia vibrante”.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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