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El Sonido de nuestra Identidad

“Solo la música con sus súbitos hechizos puede aglutinar los sentidos errantes y calmar las tribulaciones de la mente.”

William Congreve, A hymn to Harmony


“Es preciso que cada alma beba de esta agua hasta cierta cantidad. Las que por imprudentes no se contienen y beben más allá de la medida prescrita pierden absolutamente la memoria... En cuanto a Er, según decía, se le impidió beber el agua del rio; pero sin embargo, sin saber por dónde ni cómo, su alma se había unido a su cuerpo; y al abrir sus ojos de repente en la madrugada, vio que estaba tendido sobre la pira.”

Platon, La República, libro X



El Olvido y la Anestesia son, según la mitología griega, posibilidades hermanas. En la hidrografía sulfurosa del Hades (el inframundo griego) uno de sus ríos, el Lete, tenía fluyendo aguas amnésicas que dotaban de olvido a quien las bebiera; se volvía entonces obligatorio beber de ellas antes de reencarnar asegurando así la imposible conexión consciente de una vida con la siguiente. Eran sus aguas además la base con la que los dioses olímpicos preparaban un brebaje que llamaban Nepente y que curaba las heridas, anestesiaba dolores y calmaba el alma ahuyentando el recuerdo. Somos entonces un olvido que se reencuentra. Si, acaso, pudiéramos vencer esta obnubilación esencial y duradera, y conservar en la conciencia una garantía de nuestra continuidad a través de las vidas, podríamos a su vez dar respuesta a la hipótesis de la transmigración de las almas, tal como postulaba entre otros Pitágoras. Sin embargo la paradojal existencia nos tiene en la tensión de dos olvidos: el de nuestra procedencia y el de nuestro destino. Y, para más empeorar el recordar, en los años de experiencia mundana nuestra memoria también se ve reconstruida, falseada y hasta lesionada irremediablemente. Existe afortunadamente otro río en el Hades, el rio Mnemosine, que en oposición a los efectos de amnesia recuperaba y vigorizaba el recuerdo de lo vivido. A nuestro relato le interesa este último afluente, siendo que lleva el nombre de la Madre de la Música: Mnemosine. Hija de Geo y Urano, en una fugaz pero próspera unión con Zeus supo traer a la existencia a las musas, y de entre ellas a Euterpe, la de la música. Afincado en lo profundo del mito pareciera quedar enunciado que la música y la memoria son familiares directos y que, siendo una hija de la otra, pueden los sonidos volverse un recurso genuino para el recuerdo y para sabernos constantes en nuestra identidad en el avance irrevocable del tiempo.

Afortunadamente con abundante prueba empírica se revela como evidente el hecho de que la llamada “memoria musical” no se ve afectada por la enfermedad más degenerativa al respecto que es el Alzheimer. Este tipo de demencia implica una pérdida de la memoria episódica y como por el momento no existe un tratamiento farmacológico para revertirla se suelen utilizar terapias no farmacológicas, siendo la terapia musical una de las más efectivas intervenciones. El mecanismo de rehabilitación implica reconstruir la biografía de quien padece esta enfermedad a partir de las canciones que fueron importantes en su historia personal y a las que puede evocar sin impedimentos. Cada música tiene asociaciones extramusicales (espaciales, vinculares, anímicas) y las canciones de nuestros primeros amores pueden ser el vehículo para recordar a esos primeros amados; así la “memoria musical” tracciona las otras memorias (episódica, semántica y autobiográfica) intentado revitalizar el recordar general a partir del recordar musical. Gracias al proceso de la neuroplasticidad se vuelve posible influir positivamente con música los mecanismos del recuerdo. Si bien los “recuerdos musicales” se alojan específicamente en el lóbulo temporal, como la percepción del estímulo musical implica la utilización de porciones de ambos hemisferios cerebrales se implican en el proceso perceptivo otras zonas que por este estímulo pueden a su vez activarse benéficamente. Por esta causa la música colabora con la movilidad de personas con trastornos neurológicos al influirles un patrón de movimiento signado por el ritmo musical, y también así es como personas afectadas con Alzheimer que no recuerdan lo último que hicieron pueden sin problemas recordar y repetir una melodía, o que olvidando sus vínculos familiares pueda reconocer canciones de su biografía musical aunque sólo escuchen los primeros acordes de esas composiciones, y en casos aún más extremos algunas personas que sufren Alzheimer al punto de no poder hablar motivo de las afasias generadas por esta enfermedad pueden al oír una canción de su historia personal cantarla sin errores ni entorpecimientos en la fonación de la letra e incluso en la afinación de la melodía. (Recomendamos al respecto como buenas lecturas iniciales el trabajo de Jacobsen, Stelzer y equipo “Why musical memory can be preserved in advanced Alzheimer's disease”, y “Home-based music strategies with individuals who have dementia and their family caregivers” de Hanser, Butterfield-Whitcomb, Kawata y Collins).

Al tocar los Cuencos Tibetanos sus sonidos quedan habitando nuestra interioridad y la cordialidad de sus vibraciones edifican un hogar en nuestra totalidad sintiente. Quizás, lo esperamos, con el tiempo de convivir con sus sonidos se vuelvan estos parte de nuestra biografía musical y sean un recurso para el reencuentro hacia nosotros mismos, y como el hilo que Ariadna ofreciera a Teseo para ayudarlo a salir del laberinto del minotauro, así puedan las vibraciones de los cuencos recuperarnos de la niebla del olvido y cuando nuestra consciencia flaquee en la posibilidad de enunciarse a sí misma, nos traigan su música y con ella la chance de dejarnos persistir y celebrar lo único y particular de nuestra identidad.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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