“Entre la comprensión y la fe, deben existir contactos inmediatos; la comprensión es el primer alimento de la fe; donde la comprensión no actúa, la fe está muerta, y aquellos que, en tal caso pretenderían tenerla, se la imponen”
Dialogo entre un sacerdote y un moribundo. Marques de Sade.
“Esperad, oráculos incompletos; ¡decidme más!”
Macbeth. William Shakespeare.
“Bhuh, Bhuvah, Svar” fueron, según los textos vedicos, las primeras palabras de Prajapati, dichas frente a la Nada y con las que consiguió crear el cielo, el paraíso y la tierra. También hablo el dios egipcio Ptah, según la cosmogonía menfita, y fue creando con el sonar de su decir a Shu (el viento) y Tefnut (la lluvia), que dieron luz a Geb (la tierra) y a Nut (el cielo). Y resulta imposible obviar la celebre iniciación del cosmos según el Génesis donde Dios dice, y diciendo crea, “Fiat Luz” (hágase la luz). Una cosmogonía es una idea (y también una apuesta y una esperanza) sobre el origen del Universo, y cada civilización tuvo y tiene la suya. Pero aunque difieran en los nombres que utilizan para sus dioses creadores, una gran mayoría de estas teorías hablan del Sonido como origen creador del Cosmos. Y esta coincidencia atraviesa las edades históricas y las geografías: la tribu canadiense Athabasca cuenta como la diosa Asintmah crea al mundo a partir de una gran manta tejida sobre la tierra cuyas hebras en vez de hilos eran canciones; la mas celebre de las iconografías de Shiva la muestra sosteniendo en su mano superior derecha un tambor que simboliza el sonido primordial que dio origen al universo; para la tribu Hopi una mujer arana fue la madre de todos los seres del mundo y otorgaba la gracia de la vida cantando una canción; mencionamos al comienzo la cosmogonía egipcia menfita, pero en otra de sus cosmogonías, la de Hermopolis, encontramos un Dios parlante que habla y crea, en este caso el dios Thot que con palabras divinas creaba aquello que mencionaba, y también en los llamados “textos de los sarcófagos” (una colección de relatos rituales escritos en sarcófagos y sepulcros del Egipto del imperio medio) puede leerse como Atum crea la magia que crea a su vez el orden cósmico, y Atum como podrá preverse por la inercia de estas evidencias míticas que venimos compartiendo, crea también con sonidos.
Para los antiguos el Mito explica el mundo y este nace, casi sin excepción, de un sonido generatriz, una sustancia acústica que trae forma a lo informe y vida a lo inerte. Cada vez que tocamos los Cuencos Tibetanos los sonidos que aparecen son de una cualidad indecible y escapan a las palabras que intentan describirlos. Son sonidos que parecen retumbar fuera de la linealidad del tiempo y que aun extintas sus vibraciones en el oído, consiguen perdurar en nosotros de una forma tan hermana a nuestra esencia que parecen familia con lo humano. Al sonar los cuencos tibetanos esa eternidad del sonido se nos aparece tan real que viajar en el tiempo es ya, gracias a ellos, una rutina posible.
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
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