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El vibrante obsequio de un Dios anónimo

"Los hombres de ciencias se ven en desventaja en cualquier investigacion porque les han ensenado a ignorar lo inconmensurable"

Aleister Crowley, Ocho lecciones de Yoga


"Tengo el mayor empeno en darle a usted las gracias por el regalo que me ha hecho"

Charles Baudelaire . Carta a Alphonse Toussenel.


Entre dioses y termitas se encargan de hacer el didgeridoo: el dios facilita al sacerdote la rama de eucalipto poniéndola primero en el mundo y luego en su camino, y las termitas, voraces y carpinteras, roen el interior blando del tronco abriendo un canal entre sus extremos. El didgeridoo para los aborígenes australianos es el obsequio que los dioses Wandjina han dejado a los hombres luego de que se marcharan hacia los cielos para no volver. Se piensa que su sonido es capaz de abrir un puente de comunicación entre los hombres y los Wandjina. Sin embargo otra versión asegura que un aborigen llamado Bur Bik Boon encontró una rama de eucalipto y antes de hacer fuego con ella soplo las termitas que había en su interior, que al ser proyectadas hacia los aires impactaron en el cielo y formaron, y son, las estrellas que hoy vemos. Aseguran quienes prefieren esta otra versión que los dioses protegen la tierra con el sonido del didgeridoo haciendo que las estrellas abracen el planeta al escuchar su sonido. Otro obsequio musical de los dioses a los hombres fue la Lira. A las pocas horas de nacido Hermes ya tenia la fuerza de animo suficiente como para robar el ganado del rey Admeto que estaba bajo custodia de Apolo. Hermes sacrificó parte del botín y lo dio en ofrenda a los dioses, ocultó el resto del ganado y con las tripas de los animales sacrificados y un caparazón de tortuga creó un instrumento para entretenerse. Hizo todo con la velocidad suficiente como para volver a tiempo a su cuna y disimular, entre tarareos recién nacidos, su fechoría. Apolo, que era ademas de astuto el dios de la adivinación, supo quien había sido el culpable y fue con Maya, la madre de Hermes, a pedir resarcimiento. La madre señalando la cuna y al niño que allí dormía le pregunto a Apolo "¿como alguien que ha nacido recién podría ser capaz de robar ganado?". Resuelto a no resignarse fue Apolo con Zeus a insistir en el reclamo y este le ordeno al niño Hermes que devolviera lo robado, pero Apolo prefirió quedarse con el instrumento que había construido Hermes a cambio del ganado. De esta forma llega la Lira a manos de Apolo y con el llegan al hombre los instrumentos cordófonos que han evolucionado hasta nuestra guitarra moderna entre otros. Podríamos continuar con el relato de como Sarasvati ofrenda la vina (antecedente del sitar) al hombre, o como el dios Pan enamorado de una Nayade la acorrala para poseerla y ella con la ayuda de sus hermanas consigue salvarse siendo convertida en un cañaveral que abrazado con resignación por Pan y soplado por el viento formaron la Siringa... El catalogo de instrumentos dados por los dioses a los hombres es frondoso y sin embargo, para nuestro pesar, no esta incluido en el el nombre de los dioses que nos han regalado los cuencos tibetanos. Estos instrumentos son de una dimensión tan especial que parecieran obsequiados por seres superiores, sin embargo no sabemos a que sector del cielo elevar nuestro agradecimiento. La tradición oral nos regala solo la niebla y el silencio, y entonces estamos aquí sonando, agradecidos e ignorantes de las fuerzas maravillosas que trajeron al mundo estos sonidos que embellecen la experiencia cotidiana y traen una paz concreta en un mundo de concretas desarmonias. Ayunos del nombre de su autor o del dios obsequioso y benefactor, tocamos igual nuestros cuencos como una señal de agradecimiento a la posibilidad de este presente con sus vibraciones compañeras.


VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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