Er fue un guerrero vencido en batalla que consiguió hacerse un lugar en la historia como evitador del Leteo, un río del Hades compuesto de aguas de olvido, y como Er supo eludirlo retorno al mundo de los vivos con cosas que contar, novedosas para el resto de los mortales siendo que toda alma que volvió siempre lo hizo provista de la amnesia que el Leteo proveía. Lúcido y conservado su recuerdo Er cuenta lo que vió en el “más allá”. En el centro del cosmos, nos cuenta, está el huso de la necesidad (imaginen si quieren para facilitar la evocación una rueca de hilado). Una seria de aros concéntricos figuran las órbitas planetarias. En cada uno de estos anillos sentada se halla una sirena alada, cada una de ellas canta una única y exclusiva melodía. Estos anillos son comentados en el Timeo de Platón con la expresión “periphoràs”, por lo que pueden entenderse como “esferas” o como “revoluciones”. Juntas las sirenas componen una música cósmica pero sin lenguaje articulado, sin lógos, por lo tanto es una música meramente vocal e instrumental, no capturable por el razonamiento o el entendimiento lógico. Se suman al coro las Moiras: Átropos, Láquesis y Cloto, que encargadas del destino de lo que existe al tiempo que desmadejan, tejen y cortan el hilo de lo vivo y de los sucesos de la existencia cantan con las sirenas en esta coral expresión que gobierna desde el punto origen del cosmos todo lo que en sus periferias se expresa ansiando conocer su nudo central. Tan sonante es la génesis de lo que existe que, como una cascada incesante, nuestros oídos padecen de la fátiga de convivir con tamaña orquestación, y por ello, cansados de estas frecuencias constitutivas de lo que existe, ya no las percibimos y de ahí nace el aparente silencio del cielo, el tramposamente mudo cosmos, el inaccesible logos audible. Quien pueda aquietar esta fatiga y recuperar la potencialidad de su oído podrá acceder, quizás, a estas aguas sonantes que desde el huso de la necesidad vibran musicalmente contándonos de nuestra filiación con la unidad, de nuestra constitución musical, de nuestra constante sospecha de ser seres de sonido, tejidos de estas maravillosas vibraciones. Regalo de los dioses será esa escucha, por el momento sólo posible (así lo prometen las bibliografías a las que tenemos acceso hoy día) para Pitágoras.
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