Algunos instrumentos han tenido la suerte de no ladearse en el hemisferio antiguo de los géneros y fueron para su fortuna patrimonio de hombres y mujeres; otros no. Si pensamos en el primer caso un instrumento próximo a la antonomasia es el piano, que siendo tocados por hombres en su mayoría de casos era también un destino posible para la mujer música, incluso consiguió volverse una preferencia pedagógica que denotaba la pertenencia a una alta clase social. Otros instrumentos como la trompeta quedaban solo a disposición de los varones ya que se suponía erróneamente que eran necesarias una gran complexión física, una potente caja toraxica y los pulmones almacenadores de aire que vienen con esas características físicas. Un instrumento esquivo a estas afiliaciones de gènero fue la guitarra. Y aunque siempre la mayoría de sus ejecutantes fueran varones hablaremos hoy para ladear la contienda de Ana Schneider de Cabrera, la tucumana de Simoca que consiguió trabajar con el mismísimo Andres Segovia. Considerada incluso embajadora del folclore americano llega a vibrar sus cuerdas en Europa con un repertorio de nuestro terruño. Sus “vidalitas”, “trovas”, sus repiques rasgueados, sus cadencias armònicas del nuestro norte llegaron a oídos de la aristocracia europea cuando, por invitación de Alfonso XIII, rey de España en los albores del siglo XX. Una noche, en el caluroso ambiente español, rodeada de los senderos de susurrante agua, en el mismísimo palacio de la Alhambra, Ana Cabrera supo llevar nuestro norte en sus cuerdas y demostrar que es el alma quien toca y que no hay instrumento que pertenezca a los varones o a las mujeres, sino objetos de sublime existe que traducen la omnipresente música a condición que el espíritu del que toca estè a la altura de la tarea.-
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