Los tiempos de la Naturaleza y los del ser humano son muy distintos, para estos últimos en pocos años pueden darse las revoluciones personales y también las sociales. En esta historia bastaron dos años para ambas revoluciones. Podríamos comenzar contando el regalo de un piano. Sentado cómodamente dictaba Beethoven a Ferninand Ries, un alumno vuelto secretario personal del compositor, una carta dedicada al editor de música Simrock; allí le exponía su intención de viajar a París para facilitar la difusión de su música en el mercado francés. Un hecho habría sido auspicioso para fomentar el intento: el célebre fabricante de pianos, Sébastien Erard, le había regalo a Beethoven un maravilloso piano meses antes de que el alumno-secretario de Beethoven estuviera escribiendo esa carta. Si acaso el constructor de pianos quiso regalarle una de sus más logradas obras a Beethoven fue porque el prestigioso violinista Rodolphe Kreutzer intervino en favor de Beethoven comentándole al fabricante de pianos sobre la genialidad del compositor alemán. En recompensa Beethoven le dedica al violinista su "Sonata para violín en Si mayor Opus 47". Meses después se dispuso a dictar una nueva carta, remitida también a Simrock donde le anunciaba que era muy posible que dedicara su nueva sinfonía (la tercera) a Napoleón Bonaparte. Era un gesto que, además de elocuente, conllevaba el riesgo de mal predisponer a la aristocracia vienesa, siendo que elogiar a Bonaparte era hacerlo con Francia, y los aristócratas vieneses tenían una marcada aversión con ese país. Se utiliza en algunas ocasiones y bellamente (y en esta ocasión se siente oportuna) la expresión: “cabalgar sobre dos corceles”; así pretendía Beethoven en simultáneo loar al líder de ese país de nuevas ideas y revoluciones furiosas y a su vez seguir en buenos términos con la conservadora aristocracia de su nación. Había razones de peso tras esta dedicatoria: Austria y el Sacro imperio Romano germánico habían perdido territorios en Italia del norte contra el ejercito bonapartista y desde entonces, por la saludable potencia de Francia y su decidida belicosidad, convenía llevar una política exterior afable, y a eso venía a colaborar esta dedicatoria a Bonaparte de la tercera sinfonía. Nacieron problemas empresariales: el mecenas que soportaría los gastos que conllevarían la composición pedía derechos sobre la representación de la pieza musical y, además, tenía en una pseudo y velada venta la dedicatoria de dicha sinfonía, por eso dedicársela a Bonaparte sería, además de controversial imprudente para las finanzas. Beethoven, lúcido para el cálculo como para la música eludió este problema quitándole a Napoléon la dedicatoria pero llamando directamente a la obra “Bonaparte” dejando libre la dedicatoria para poder reasignarla. Pero pronto vienen en el tiempo de los seres humanos los cambios sustanciales y sucedió que el 18 de Mayo de 1804 Napoleón Bonaparte se autoproclama emperador de los Franceses. Una nueva carta fue escrita, esta vez Beethoven dictaba a Ferdinand Ries con brioso enfado, instando a que le informen al editor Simrock que quitaría el nombre del francés del título de la sinfonía, aparentemente sus palabras fueron "¡no es más que un hombre común y corriente! ¡Ahora pisoteará los derechos humanos, solo perseguirá sus propias ambiciones; se encaramará al poder como todos los demás, será un tirano!". Así fue como llego el nombre que preludia las inmortales combinaciones de sonido que conocemos como la tercera sinfonía “Heroica”. Llena esta la historia de la música de lo fortuito, llenas las composiciones de reversiones, anécdotas y peripecias. El nombre señala la cosa y el heroísmo de la posición de Beethoven, su integridad es también un ingrediente más que se refleja en las reverberaciones de su música. Con los cuencos tibetanos trabajamos para ponernos íntegros día a día con sus sonidos y para que en nuestro nombre se señalen la paz y la armonía.-
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