“Nos estamos convirtiendo en esclavos de pequeños signos escritos sobre una hoja de papel blanco que llamamos música”
Leopold Stokowski, citado en Reverberations (1975), Jacobson.
“Mientras vivas, brilla,
no sufras por nada en absoluto.
La vida dura poco,
y el tiempo exige su tributo”
Epitafio de Sícilo
Cantando se lamenta el coro y avisa a Orestes de su infausta suerte y nos cuenta lo breve de la felicidad en los mortales. El dramaturgo Eurípides pone estos quejidos entre sus versos 338 y 344 de su obra “Orestes” y, para fortuna de los ojos y oídos de nuestros tiempos, un fragmento de esta composición llego a nuestros días en el envoltorio en papiro que protegía de la atroz degradación del tiempo a una momia egipcia. Podemos así reconstruir cómo sonaba la música del coro en una tragedia griega. Estas partes corales se llaman “Estásimos” y en el papiro conocido como “fragmento del Orestes de Eurípides”, que es parte de la Biblioteca Nacional de Austria, figuran estas líneas con marcaciones de una notación musical antigua. La reconstrucción supuso un arduo trabajo de interpretación de sus intervalos (se optó por la tradición que sigue al teórico musical del siglo II d.c Arístides Quintiliano) derivando en la aceptación de la armonía dórica y el modo enarmónico (les compartimos un enlace donde puede oir la reconstrucción sonora del fragmento: https://www.youtube.com/watch?v=xI5BQqgO-oY). Este hallazgo es una de esas brevísimas ocasiones en las que el pasado nos da señales tangibles de sí mismo y nos regala la posibilidad de definir algo de su contorno. Para que esto sea posible es necesario pensar los sonidos en su capacidad de ser registrados en escrituras musicales que luego puedan ser reconstruidas. El mediterráneo y la mesopotamia fueron generosos en este sentido dejándonos encontrar las “Canciones Hurritas” (un conjunto de 36 himnos en notación musical cuneiforme) y el “Epitafio de Sícilo” que es la más antigua composición musical que se conserva completa. Pero nos abandona la suerte cuando intentamos dar con el registro escrito de música tibetana antigua.
En la meseta tibetana se utiliza para el tipo de música vocal Yang una forma de notación particular conocida como Yangyig. (imagen)
Es extraña a nuestro modo de entender la registración musical porque además de un valor pictórico potente tiene por característica privilegiar la altura de los sonidos por sobre otras rasgos (amplitud y patrones rítmicos por ejemplo). Se utilizan dos tintas frecuentemente: la roja para las partes solistas a cargo de un monje asignado con la responsabilidad de dirigir cantando la ceremonia y las negras como indicación de canto coral. Al ser una notación sin tanta exhaustividad en la marcación del sonido funciona ante todo como un recurso de recordación para los monjes cantantes más que una marcación precisa de los sonidos a emitir. Se utilizan incluso indicaciones metafóricas sobre el espíritu interpretativo (“fluyendo como un río”, “liviano como el canto de un pájaro”) que son de difícil replicabilidad y funcionan de modo más literario que musical. La lectura de estas “partituras” es de izquierda a derecha y no parecieran anclarse en ninguna escala tonal prefigurada.
Carentes de notación sobre los cuencos tibetanos debemos imaginarnos sus reverberar en los milenios pasados. El camino de la investigación tiene estas nieblas y deja insalvables algunos territorios, pero es vigoroso el entusiasmo que el vibrar de estos instrumentos nos regalan, y vez a vez que los frotamos y de su circularidad mágica los sonidos brotan entendemos necesario el caminar hacia sus raíces. Sabemos que aunque cuesten las certezas sobre sus orígenes, son para nosotros un presente vibrante que, impulsado desde el nebuloso pasado de los Himalayas, encuentra historia y sentido en el porvenir.
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
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