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La caracola que puso en fuga a los Titanes

“llamamos gustosos sublimes esos objetos porque elevan las facultades del alma por encima de su término medio ordinario y nos hacen descubrir en nosotros una facultad de resistencia de una especie totalmente distinta, que nos da valor para poder medirnos con el todo-poder aparente de la naturaleza.”

Immanuel Kant, Crítica del Juicio


“¡Es verdad! ¡Es un caracol! Ya he visto antes uno de esos. En casa de un chico; en la pared. Lo llamaba caracola y la soplaba para llamar a su madre. ¡No sabes lo que valen!”

William Golding - El Señor de las Moscas


El cielo nocturno es una invariable evidencia de lo sublime, aquella categoría de la percepción que supera lo bello y por magnificente sólo es comparable con sí misma. De esa negrura salpicada de luz una hermandad de estrellas, específicamente la constelación de Capricornio, tiene una historia musical que ofrendarnos. El sabio griego Eratóstenes metodizó el mirar del cielo estrellado y escribió el libro llamado “Katasterismoi” que literalmente significa “colocar bajo las estrellas” donde desarrolla la transformación de los personajes míticos en estrellas o constelaciones. Capricornio ascendió a fijarse en el cielo impermanente como premio y recompensa por su ayuda sonora a Zeus en la batalla contra su padre Crono y los otros Titanes conocida en la historia como Titanomaquia. La historia de Capricornio se bifurca, por un lado algunos dicen que el macho cabrío hibridado con un pez señala al dios Pan, de aspecto caprino y representación de la naturaleza salvaje; otros por el contrario aseguran que Capricornio refiere a Amaltea (la nodriza de Zeus). Habiendo ya en un texto anterior comentado sobre Amaltea, hablaremos hoy de la primera de las versiones, la del dios Pan, quien ya contaba para entonces en su haber una proeza musical: la invención de la flauta (cuando en sus demasiado plurales correrías amatorias y acorralando a la ninfa Syrinx ella se transforma en cañaveral y a invitación del viento rozando las cañas Pan, más como consuelo por su frustración libidinal que por genio creativo, inventa la Siringa). La historia que lo vuelve constelación también supone una huída. La titánide Geo, para vencer a Zeus, da nacimiento a Tifón, un monstruo inigualable en fuerza y ferocidad que de tan poderoso pretendía ser el único y suficiente contrincante de Zeus. Con pelos saliendo de sus mejillas, cien cabezas de serpiente y varias colas de dragón era Tifón tan atemorizante que el resto de los dioses olímpicos espantados huyeron hacia Egipto y para mejor esconderse se metamorfosearon en animales. Zeus debió pelear sólo y en clara desventaja. En una exitosa maniobra de combate Tifón consigue cortar los tendones de Zeus invalidándolo y arrojándolo luego en la cueva Coricia en una de las laderas del monte Parnaso. Para sellar su victoria Tifón esconde los tendones de Zeus prolongando así su invalidez y alejándolo de la posibilidad de la rebelión. Pan, quien al inicio de la lucha de Tifón y Zeus huyó hacia un curso de agua y se zambulló en él escondiéndose, y que para mejorar las chances de la supervivencia utilizó la magia mimética y se volvió pez, al salir nuevamente a la tierra se entera del desmembramiento de Zeus. Entonces utilizando todo su poder sonoro y chillando consigue espantar a Tifón ganando tiempo para que Hermes recuperara los tendones de Zeus y remembrándolo lo pusiera nuevamente en capacidad de luchar. Por esta proeza sonora Pan se ganó un lugar entre las estrellas. Sin embargo si volvemos a los “Katasterismoi” de Eratostenes vemos allí otra versión de este espanto sonoro que Pan le dio a Tifón (recordemos que las expresión “pánico” viene del dios Pan). En esta versión en vez de chillidos el dios Pan, tomando del lago al que se había sumergido una caracola la hace sonar poniendo en fuga a Tifón (“concham eaque commilitones et clamorem quoque panicum propter quem titanes fugerut” – “llenar su caracola de sonidos y el grito de él, también, y la hierba del pánico por el bien de quien, los Titanes y el resto huyeron”).

La caracola como instrumento hunde sus raíces en la profunda historia de la India donde es conocida como Shankhá y ejecutada por Vishnú para celebrar la victoria al vencer a los demonios. En Canarias se utiliza la “búzio” como señal de alarma y la “bígaru” en el norte de España se toca para acompañar con su sonido una danza guerrera. Lo cierto es que estos gastrópodos han sido utilizados a lo largo de la historia como instrumentos musicales e incluso sobrevive hoy día el precioso mito que asegura que llevan dentro el sonido del mar y basta con aproximar la oreja a su abertura para recuperar la sonoridad de las olas. Si bien lo cierto es que la capacidad resonante de estos gastrópodos amplifica las vibraciones ambientales y uno hace el trabajo de asociar esa amplificación, su forma que indica procedencia marina y el mar mismo, no hay que desestimar la potencia de estas imaginerías en la experiencia de la escucha. Cuando sonamos nuestros cuencos tibetanos algo de la imaginación siempre trae los Himalayas y aunque pueda explicarse el fenómeno acústico con exhaustiva y quirúrgica precisión aritmética el acontecimiento de escuchar es siempre una experiencia polivalente y compleja y, como Pan con su caracola y nosotros con nuestros cuencos, a veces para ahuyentar los monstruos basta un sonido tocado con intención.-

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