“Las demás deidades y los hombres que en carros combaten, durmieron toda la noche; pero Zeus no probó las dulzuras del sueño, porque su mente buscaba el medio de honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas.”
La Ilíada, canto II – Homero
“El viento, trompeta tempestuosa, con gritos fuertes, llegó bramando contundentemente, más terrible que la venganza de la música en el fagot”
Wallace Stevens – The comediant as the letter C
El Organista de la Santa Iglesia de Málaga, Don Joaquín Tadeo de Murguía, tuvo un plan musical para apoyar al debilitado rey Fernando VII de España cuando la invasión del ejército de Napoleón forzara su abdicación y pusiera en el trono a José Bonaparte. Dejó el músico registrada su intención en un simpático y breve folleto llamado “La música considerada como uno de los medios más eficaces para excitar el patriotismo y el valor”. Postulaba que para defender a la patria intrusada eran necesarios menos soldados y más músicos, y que hacía falta crear composiciones musicales que llevando al pueblo al coraje y la lucha por medio de sus sonidos, consiguieran restituir el poder a manos del Borbón. Conocedor de su materia e intentando robustecer sus argumentaciones sobre la capacidad de infundir con los sonidos el fervor y la bravía, el Organista de Málaga sustentaba sus afirmaciones con ejemplos históricos donde la música obró de catalizador de las energías belicosas de los hombres y los puso a tono con la abultada intensidad de la guerra. Inspirados por él haremos una breve reseña pero en su sentido inverso, en una ocasión mítico-histórica donde la música supuso, ya no el estímulo para la lucha, sino una opción para la paz.
Esparta era, acaso, la polis ejemplar en su coraje y aptitud para el combate y la guerra. Pero no infrecuentemente esta disposición al conflicto se les volvía una realidad intestina y entraban en cruentas luchas sus facciones políticas. En una de esas ocasiones, donde los ardores de los hombres y sus ambiciones ponían a peligrar la vida de muchos conciudadanos, fue necesario consultar al Oráculo de Delfos quien, generoso, respondió: debían traer a Terpandro… A quien el oráculo convocaba no era ni político ni militar sino poeta y músico, y de tal habilidad que se lo apodaba el “deleitador de hombres”. Se cuenta que fue capaz de pacificar Esparta sin discursos y sin el uso de la fuerza, sino con la contundencia única y suficiente que llevaban las consonancias de sus sonidos al tocar la lira, que de tan persuasivas lograban que los hombres aquieten sus enemistades y puedan contemplar la resolución pacífica de sus conflictos. Sabio el oráculo en esta ocasión, para buscar la paz buscó, a su vez, los sonidos.
En la actualidad el uso de los sonidos como recurso para la acción pacifica está siendo estudiado muy seria y provechosamente. Recomendamos a quienes tengan interés en introducirse en este tema los trabajos de Erica Haskell (sobre todo “The Role of Applied Ethnomusicolog in Post-Conflict and Post-Catastrophe Communities” trabajo que analiza casos en África, Asia y Europa del este); Craig Robertson (“Music and Conflict Transformation in Bosnia: Constructing and Reconstructing the Normal”); y la, muy gentil de leer, publicación de Juan David Luján Villar (“Escenarios de no-guerra: el papel de la música en la transformación de sociedades en conflicto”)
Nuestra creencia es inamovible en considerar que los sonidos de los Cuencos Tibetanos aportan a la paz a través del bienestar que brindan a quienes los escuchan. Los gradientes de la acción no invalidan la sustancia de la acción, y en la vía por la paz no hay tenues aportes porque toda contribución tiene la dimensión titánica de la buena intención. Agigantados van nuestros sonidos para aproximar donde se necesiten las vibraciones de los cuencos tibetanos y soñar así, sonando, un mundo de paz.
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
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