Muchas veces se ha hablado de la música de las esferas pero al inicio de estas disertaciones, en el alba de estas ideas, no siempre se dijo que lo que habían los planetas en su vibratorio andar fuera audible. Es en Filolao (pitagórico pensador) donde podemos remontar los palpables albores de estos conceptos pero el desarrollo más extenso que nos lega la antigüedad está en el Timeo de Platón. En él Timeo, versada como nadie en la astronomía, describe la naturaleza armónica del cosmos. El mismo Timeo nos ensaña dicienco: “Comenzó la división del siguiente modo: en primer lugar, del total separó una porción, luego quitó otra que era el doble de la anterior, nuevamente una tercera equivalente una vez y media a la segunda y al triple de la primera, una cuarta igual al doble de la segunda, y una quinta que era el triple de la tercera, una sexta equivalente ocho veces la primera, y, por último, una séptima igual a veintisiete veces la primera”. La licencia Carolina Durán, experta en estos asuntos, nos facilita su interpretación en lenguaje musical y traduce estas relaciones en la siguiente forma interválica: “cuarta, tono, cuarta; cuarta, tono, cuarta; tono, tono más leîmma , tono, cuarta; tono, quinta, cuarta, quinta”. Así develada queda la armonía del mundo pero no su condición de audible, sino su proporción matematicá y su correlación musical, como si de una arquitectura musical habláramos cuando hablamos del cosmos. El mismo Simmias de Tebas afirmaba que el Alma en sí era armonía y podía destilarse de ella la relación armónica de todo lo existente. De allí que las esferas tuvieran esta relación armónica y, en consecuencia, musical. Sin embargo, por próximo a la divino su armonía no fue sino hasta Aristóteles que estas relaciones se plantearon como música, aunque para la refutación. En el Timeo se afirma que la voz y la audición son dádivas de los dioses. Adhiriendo fervientemente a esa afirmación nos silenciamos, no vaya a ser que el cosmos en este momento este emitiendo alguna canción que nuestros oídos puedan capturar y bailar luego por su influjo celeste.
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