Mesómedes debió ser una persona querible y por demás agradable. Quizás a fuerza de sus habilidades artísticas (de las que sí nos quedan registro), quizás por su simpatía en el trato (de lo que no podemos dar cuenta sino sospecharlo). Lo cierto es que a fuerza de sus epigramas, que son pequeñas composiciones poéticas en tono satírico, y de sus composiciones musicales que sabía acompañar muy diestramente con su cítara, consiguió que su amo le diera la honra de liberto y pudiera ser de esa forma un hombre libre. Nos interesa hablar de él no sólo porque demuestra las potencialidades de la poesía y la música en la biografía personal sino porque de él conservamos tres himnos que nos retratan la música de la antigüedad. Él componía en el segundo siglo después de Cristo y hasta que fue descubierto el célebre epitafio de Seikilos del que ya hablamos en varias ocasiones, las composiciones de Mésomedes eran las más antiguas de las que teníamos registro. Sobrevivieron gracias a Vicenzo Galilei, padre del famósisimo astrónomo Galileo Galilei. Vicenzo escribió en 1581 un texto llamado “Della música antica e della moderna” y allí dejo registrados los himnos de Mesómedes preservándolos del olvido. Estos himnos eran tres: a la musa Calíope, al mismísimo dios Apolo y a la diosa Némesis. En este último pueden leerse sobre el texto las indicaciones musicales siendo estas registro de las antiguas formas de notación del sonido. Su intención de cantar las glorias de lo vivo, de celebrar sus tradiciones y dioses, de no dejar de atrevesar el tiempo sin cantar ni poetizar le trajeron a Mesómedes la libertad durante su vida y la permanencia de su nombre tras su muerte. Estas potencialidades tiene la música, la de eternizar las intenciones y haciéndole una finta al tiempo hacérsela también, mas no sea por unas centurias o milenios, a la muerte.-
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