Mosthai

Hermanas son para algunos las etimologías de las palabras “música y musas”. Derivadas ambas (en el “Crátilo” de Platón esto puede leerle) del término “môsthai” que entre sus encantadoras acepciones tiene por más relevantes las de significar “desear” y apuntaría al amor por acceder a lo sublime, a la sabiduría. Música, musas y amor por lo sublime estarían emparentadas desde su término constitutivo, como si desde la música, y al influjo de la musa que la aúspicia, fuera posible iniciar el viaje hacia la sabiduría del cosmos y sus relaciones secretas. Unidas por el amor y la armonía, la música y las musas establecen correspondencias significantes entre el mundo sublunar y las estrellas fijas, entre lo planetario y celeste y lo noético. Estaríamos armados por este amor constituyente de todo lo que existe y expresado en relaciones específicas (ratios) que tanto se encuentran en el movimiento de los planetas como en nuestras proporciones constitutivas y son, a su vez, expresables sin merma ni alteración en las relaciones musicales. El alma del mundo, los cielos, los astros y nosotros, intermediados por la armonía, somos musicalmente expresables y las musas, al darnos la música nos dan un goce, un deseo y una posibilidad de rastrear esta relación que nos habla de la Unidad de todo lo que existe. Existen otras relaciones etimológicas de la palabra “música”, muchas de ellas tan válidas como esta que proponemos, sin embargo pensarla a través del término “môsthai” nos permite humanizarla en su génesis e instalar en su mismísimo germen lingüístico esta característica tan hermosamente padecible de lo humano que es el constante e inagotable desear. Quien oye música esta deseando, más o menos conscientemente, hallar en ella la clave de su relación humana con la unidad cósmica. En esa secreta elocuencia la música tiene una potencia que nunca mermó a la largo de la historia y que quizás, todavía sin merma, siga latiendo a los oídos de la humanidad venidera.