“¡Salud, oh paloma! Entona tu ronroneo a fin de que yo extienda sobre ti en ´niçar´ siete bandejas de perlas”
El lenguaje de los pájaros – Farid Uddin Attar
“Los placeres de animales distintos en su especie difieren según la especie, mientras que los placeres de animales iguales, como es lógico, no son diferentes. Pero en los hombres varían no poco, pues las mismas cosas agradan a unos y molestan a otros”
Ética a Nicómaco - Aristóteles
Del pletórico huevo que Eurínome, la diosa con forma de paloma blanca, empolló sobre las aguas nacieron todas las cosas del mundo. La mismísima Afrodita, quizás la más célebre de las diosas del panteón griego, también tiene entre sus representaciones aquella que la muestra como una paloma blanca diosa de la fertilidad. E incluso el mismísimo Apolo (dios de la música y la medicina, entre otras capitanías) era avisado de las novedades del mundo terreno a través de un cuervo parlante y profetizador, un cuervo blanco por supuesto, ya que todos los cuervos lo eran hasta que Apolo, maldiciendo la especie por un desacierto que contaremos, sentenció con el color negro el plumaje de su ave colaboradora. Corónide, hija del rey Flegias y probablemente la más hermosa de las Tesalias es descubierta bañándose en un pequeño arroyo por Apolo quien, enamorado de súbito e ingobernable en su apasionamiento, la posee y embaraza. Apolo debía regresar a Delfos para sus habituales labores de dios olímpico y deja a Corónide al cuidado y custodia de su cuervo blanco. En una desatención del alado celador Corónide consigue encontrarse con Isquis, un joven local tan hermoso como ella, y se aman. El cuervo blanco descubre finalmente el engaño y le cuenta a Apolo la traición de Corónide. El vengativo dios le quita el blanco al ave y lo sentencia a una eternidad de negro plumaje. A Corónide Apolo la asesina pero Hermes, mientras el cuerpo de Corónide arde en la pira funeraria, quita del vientre de la madre a Asclepio, su hijo y en adelante, Dios de la Medicina.
Siendo las aves para los mitos seres tan importantes no es de extrañar que los investigadores Debra Porter y Allen Neuringer hayan conseguido enseñarles a un grupo de palomas a discernir entre una pieza de Bach y otra de Stravinsky. El estudio de 1984 se llamó “Music discrimination by pigeons” y demostró que las palomas eran capaces de discriminar entre secuencias musicales complejas. Se intentó responder al interrogante: ¿pueden las palomas distinguir entre dos episodios de música clásica? Lo curioso fue la pretensión de la búsqueda porque no nos enfrentamos a estímulos mínimos o variables sencillas como meramente la intensidad o los tonos, o rangos de frecuencia, todos atributos que separados pueden connotarse como estímulos pero no como música; sin embargo el experimento pretendió indagar exponiendo a las palomas al complejo mecanismo discursivo de la música clásica donde el tono, las intensidades y tímbricas y hasta la emoción que vehiculiza la búsqueda estética están fundidas en la obra del compositor. Quedó en evidencia que las aves no sólo respondían a estos extremadamente complejos estímulos sino que eran capaces de ordenarlos en categorías con un alto grado de precisión. En principio eran capaces de identificar los patrones musicales independientemente de los instrumentos involucrados, como si pudieran extractar la estructura musical por sobre la naturaleza tímbrica que la vehiculiza; incluso las palomas eran capaces de, al oír un contexto musical de Bach y encimárseles piezas de Vivaldi identificar estas últimas como de Stravinsky por sentirlas alejadas de las lógicas composiciones de Bach que venían oyendo hasta ese momento. Una curiosidad accesoria: un grupo de siete estudiantes universitarios no lo hizo mejor que ellas.
Quizás el problema que sesga las búsqueda sea de categorización y es aquel que pone a lo “humano” por fuera de lo “animal”. Si pensáramos la sublime existencia de lo humano como la del “animal humano” tendríamos dos beneficios simultáneos: no sorprendernos tanto por las capacidades animales porque serían en casi el total de los casos las nuestras también, y maravillarnos con las otras existencias animales y, quizás, a través de ese maravillarse algo del respeto y la empatía puedan llegar a ser más posibles entre todos los animales que habitamos (el plural es totalmente intencional) el planeta. Cuando tocamos los cuencos tibetanos buscamos expandirnos en formas de ondas sonoras para tocar, interpelar y colaborar con la existencia humana, que lo es también con la existencia animal. Por eso no es infrecuente acompañar con sonido algunos tránsitos dolorosos y complicados de perros y gatos queridos (entre otras especies) y si bien aún no se ha destinado el recurso suficiente para investigar más al respecto sabemos que el sonido bien intencionado toca la existencia de modo benefactor y si una paloma puede gozar los matices entre Bach y Stravinsky desde luego puede disfrutar ella, y otros animales, nuestra amorosa música de cuencos.-
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
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