Le sucedió por igual al germinal ser humano sapiens que al posmoderno sujeto de las ciudades con 5G y el turismo espacial, ambos al oir música son exaltados cerebralmente y su sistema nervioso (el autónomo, llamado adrenérgico o simpaticoadrenergico) se puebla de las hormonas de la glandula adrenal, supradrenal y los ganglios neuronales adrenérgicos. Ante tal asedio el ser prehistórico y el posmoderno responden del mismo modo: se conmocionan. Quizas (podemos aventurarlo con relativa justeza) el humano prehistórico oyò por auspicio de la casualidad el sonido sorprendente al golpear algunas piedras y, embelezado por la novedad y por la condición de modelar a la ya parlante naturaleza, replico los golpes dotándoles de ritmicidad y con la insitencia de cierta creciente precisión. La música, a golpes de conmocion y casualidad, había nacido. Hoy dia, invariablemente conectada a la invisibilidada superpoblada de internet, una persona se sienta en el transporte publico y enlaza su celular a sus auriculares de manera inhalambrica; escoge una plataforma de streaming musical y luego de errar por la infinita oferta, como golpeando una sonora piedra, digita al fin una canción y, esta vez nacida del algoritmo y el wifi, le nace a su escucha la música.
En ambas postales, hormonado por la exitacion adrenal, nuestro corazón cambia y modula sus latidos, las pulsaciones en consecuencia acompñaan y en esta exaltación de la presión alterial y respiratoria, también las pupilas se suman dilatándose y el tono muscular promueve una leve tensión. La música siempre nos encuentra iguales: seres sintientes arrojados y abrojados al remolino de la emoción. Por eso es transhistorica y sabe como hablarnos, aunque expliquemos este dialogar, antes con mitos religiosos y hoy, con escaners cerebrales.
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