“Retengo una prueba en la cual yo hablo de lo que en el Orinoco llaman `rocas de mùsica`. Cuando se duerme sobre esas rocas se oyen sonidos subterraneos. Todo esto parece haber dado lugar al Mennon”
Carta de Alexander von Humboldt a E. F. Jomard, Parìs, 24 de Agosto de 1818
“Eos, de azafranado velo, se esparcía por toda la tierra, cuando Zeus, que se complace en lanzar rayos, reunió la junta de dioses en la más alta de las muchas cumbres del Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente le escuchaban”
Homero – La Iliada, canto VIII
Veinte años antes del nacimiento de Cristo, aproximadamente, perdido a voluntad por el sur de Medinet Habu en Egipto, el viajero y geógrafo Estrabón fue testigo del prodigio: las estatuas de Memnòn, al salir el alba, comenzaron a cantar. Dos gigantes monolitos, pétreos colosos de 14 metros de arenisca silicificada que inmóviles representan al rey Amenhotep III, cantan, ¿pero que cantan estos colosos de piedra?, una canción triste. Memnòn no era egipcio sino que pertenece al catálogo mítico griego; rey de Etiopia e hijo predilecto de Eos, la de los dedos rosados, la Aurora; en consecuencia era a su vez hermano de los vientos que recorren el mundo: Noto, Bóreas, Argestes y Céfiro, uno representante de cada punto cardinal. Como era familiar del rey troyano Príamo tomó partido en defensa de la ciudad cuando fue famosamente asediada por los aqueos y por esta fatídica filiación encontró la muerte a manos de Aquiles. Se cree que Memnòn se expresa a través de las esculturas de piedra y cada mañana le canta gimiendo a la Aurora, su madre, su desdicha. Hay, como siempre, otra versión. Según los geólogos del Centro de Investigación alemán de Geociencias Markus Schwab y Achim Brauer, un gran terremoto puede situarse entre los años 26 y 36 dc en la zona donde están emplazados los colosos de Memnòn. Este sismo desmoronó parte de las estatuas (sobre todo de una de ellas) y las agrietó considerablemente. Como es una zona de fuertes vientos y abruptas oscilaciones térmicas se estima que al impacto del sol del amanecer la piedra se calentaba y en combinación con la transición del viento por los perfiles del monolito se generaba un aullido que hacia “cantar” a la escultura. Pero lo cierto es que hasta que el racionalismo viniese a decretar ayuno de encanto a todos los fenómenos, los dos rocosos gigantes cantarines eran motivo de peregrinaciones; incontables personas se desplazaban por los complejos territorios de la antigüedad en busca de un sonido mágico, de una revelación vibrante, de una piedra musical. Así fue como también, además de Estrabòn, existen menciones del prodigio de parte de Plinio y Tàcito, y hasta quedó impreso en el zócalo de una de las estatuas, como recuerdo de estas peregrinaciones sonoras, la visita del emperador Adriano y su esposa Sabina, ambos inevitablemente seducidos por la posibilidad de oír sonar sobrenaturalmente a la inerte naturaleza. Cien años después de la visita de Adriano, otro emperador romano, Septimio Severo, mando restaurar a los colosos de Memnòn y, con este gesto reparador consiguió sin proponérselo callarlos para siempre. Desde entonces estos dos monolitos guardan su canción con la habitual mudez de las rocas.
Los cuencos tibetanos son metales que cantan y, afortunadamente, ninguna restauración podrá ser capaz de silenciarlos. Toda la existencia es una potencia musical y así como alguna vez las piedras de los colosos de Memnòn pudieron sonar, quizás todo en la naturaleza este esperando un acontecimiento que, formando una grieta, le permita expresar y compartir su íntima canción.-
VISHUDA CUENCOS TIBETANOS
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