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Pintar con los sonidos


“…Aquí la verde pera con la manzana hermosa,

de gualda y roja sangre matizada,

y de color de rosa la cermeña olorosa

tengo, y la endrina de color morada…”

Lope de Vega – Canción


“si cuando suena un instrumento musical alguien pudiera ver los movimientos producidos en el aire, no vería sino una pintura de una extraordinaria variedad de colores”.

“Musurgia Universalis” Atanasius Kircher



Después de años fatigosos (más de 30 para ser precisos), de solitaria búsqueda y exploración, de trabajar en la madrugada silenciosa y soportar las miradas burlonas (también silenciosas) de los afectos cercanos, Louis Bertrand Castel logró hacer funcionar (¡al fin!) su invento: el “Clavecín ocular” (clavecin pour les yeux), un instrumento que pretendía hacer de la música un color. Newton sospechó que la música y la luz eran hermanas y se correspondían ya que pensaba que eran ambas fenómenos vibratorios, y Castel pensaba como Newton. Entonces tomó un clavicordio convencional y lo modificó para que al pulsar una nota un mecanismo abriera a su vez una cortina detrás de la cuál quedaba al descubierto un paño de color. El ingenioso instrumento poseía 12 colores que se correspondían con 12 sonidos de la escala cromática. Las maridajes fueron para el Do el azul, verde celedón para el Do sostenido, verde básico para el Re, verde oliva para el Re sostenido, amarillo para el Mi y marrón para el Fa, nacarado para el Fa sostenido, rojo para el Sol, carmín para el Sol sostenido, violeta para el La, ágata para el La sostenido y finalmente violáceo para el Si. Y como su Clavecín tenía 144 teclas, serían 12 octavas completas donde la diferencia entre un Do y el de la siguiente octava era la intensidad del azul. Castel, bienintencionado jesuita del siglo XVIII, pensaba que de esta manera se hacía posible que disfrutaran de la música también los sordos.

A quienes asocian involuntariamente los colores y los sonidos se los conoce como sinestésicos y se los explica de dos maneras distintas. Algunos dicen que esto sucede porque existe proximidad anatómica de las vías visuales y auditivas ya que comparten una estación neuronal en los cuerpos geniculados; otros dicen que en realidad los colores y los sonidos se confunden por un tipo de evocación asociativa. Lejos de las explicaciones y próximos a la experiencia existieron famosos sinestésicos como Franz Lizt, Alexander Scriabin (de quien recomendamos casi amenazantemente escuchar “Prometeo, poema de fuego”, obra para orquesta y máquina de luces); y más acá en el tiempo Billy Joel, Pharrell Williams y Jimi Hendrix. También hay sinestésicos anónimos que en cada meditación nos comparten los colores que les despiertan los sonidos. Pareciera que es posible colorear la experiencia de la escucha, pareciera que es posible pintar con el sonido de los cuencos tibetanos. Deseando entonces colorear desde los oídos este mes que inicia, les enviamos vibrando nuestras mejores pinceladas.

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