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Portadores del sonido de lo divino


¨Hechizan éstas [las sirenas} con su sonoro canto sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca. Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche”

La odisea, canto XII. Homero


“Es preciso excitar y despertar del letargo por medio de luces intensas, ruidos ensordecedores, perfumes agresivos y especias picantes, porque lo que los sentidos no aprendieron, no podra conocerlo la fantasia”

Pesimismo, Marcuse.


No sabremos si por aburrimiento o planificadamente Atenea dejo caer el aulós (una suerte de flauta doble) para que el fauno Marsias lo encontrara. Luego de soplarlo y a causa del inaudito y bello sonido que surgió, el fauno entró en un trance demencial. Obnubilado por el éxtasis de los sonidos se decidió a desafiar a Apolo (invencible dios instrumentista de la antigüedad clásica) a un combate musical que tuvo a las Musas como jurado. Esperablemente el fauno perdió, y al hacerlo se diluyó el encantamiento de los sonidos y Marsias concibió la gravedad y desmesura del error: la música lo había encantado al punto de hacerlo sentir capaz de desafiar a los dioses. Apolo, desestimando la explicación del trance musical, lo desolló vivo para intimidar a futuros contendientes. En otro lado del mundo, alguno de los pocos enemigos que sobrevivían a sus ataques conto que los Berserkers (unos feroces vikingos guerreros) entraban al combate sumidos en un trance violento que la música de sus rusticas orquestas militares ayudaba a conseguir y a mantener, y que les permitía insenbilizarse al dolor y aventurarlos de tal modo a la furia guerrera que no distinguían entre propios y enemigos.

¿Tienen los sonidos la capacidad de ser combinados de una manera específica y generar respuestas fisiológicas de trance y trascendencia? ¿O son por el contrario estos episodios hijos de la costumbre cultural y están auspiciados por rituales donde el uso de psicotrópicos, respiraciones que producen hipoxia y saturación perceptual hacen un trabajo químico que la música solo acompaña? O dicho de otro modo, ¿había en el cantar de las sirenas una combinación de sonidos corruptores de la voluntad, o acaso la inercia de la cultura griega con la que se educo Ulises hacia que él escuchara en cualquier melodía cantada por las sirenas un conjuro de sonidos que lo llevarían al éxtasis? Aun esta inquietud permanece intacta y en el ring de las definiciones en una esquina boxean los neurofisiólogos y en otra los antropólogos. Incluso Platón y Aristóteles, que no se guardaban de opinar en ningún terreno, tenían sus propias teorías: para Platón el éxtasis lo generaba específicamente el sonido del aulós, mientras que para Aristóteles no importaba el instrumento ya que el trance se generaba para él cuando se componía siguiendo el modo musical frigio. Lo cierto es que, fuera por las facilitaciones químicas de las sustancias enteógenas o por las posibilidades intrínsecas en ciertas músicas específicas, los sonidos estuvieron siempre presentes en los rituales de trance y en los momentos de trascendencia y éxtasis de los hombres a lo largo de las épocas. Pareciera la Música ser promotora de estos estados donde el ego rompe su limite habitual y algo del “yo interno” pasa fundirse con lo “externo” generando en esta fusión una sensación de trascendencia, de unión con la totalidad, una dilución de lo personal en lo colectivo del Ser. Toda cultura tiene una metáfora de este estado, el éxtasis teresiano, los trances chamánicos, el Samadhi budista, el Wajd del sufismo, el Nembutsu japonés, y en muchas de ellas los sonidos parecieran tomar un rol central.

Aunque estamos ayunos de respuestas sí nos es posible saber que el sonido de los cuencos tibetanos genera sensaciones de proximidad a estos estados de conciencia ampliada. La complejidad es que estos estados no pueden describirse. Una frondosa selva existe en los límites del lenguaje y allí crecen y se atesoran las experiencias que son inexplicables, aquellas que las palabras no pueden sino rozar tangencialmente. Las sensaciones que se producen al escuchar el sonido de los cuencos tibetanos están fuera de las palabras, son de esas experiencias que al intentar ser traducidas al lenguaje son, a su vez, corrompidas en su esencia y por eso el relato mismo de lo vivido se vuelve, al ser dicho, una ficción de la sensación, una sombra de la experiencia. Nos queda entonces tocar en silencio esperando las respuestas indecibles, y tocando los cuencos tibetanos con la humilde constancia de quien hace del cotidiano un viaje de aprendizaje conseguiremos, sin darnos siquiera cuenta, vencer a Apolo y ser, mas no sea por momentos, portadores del sonido de lo divino.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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