El aire familiar en las formas del decir (y no le quitamos pesa a esta palabra, porquer familar viene de filia que es una de las deides del amor) esta asosicado con las varialbes musicales que poseen, ejercitan y culttivan los idiomas o los “·acentos locales”. Por insondables razones los territorios nos imprimen modos fonales con particularidades musicales que conforman una identidad fónica sobre la que viaje lo somentaico. Esa musicalidad característica del decir se llama prosodiaj, y no solo permite asociar a un hablante acon un paisaje o territorio sino que además tracciona en ese vaivén musical del decir todo un marco étnico-musical que relocaliza y resemantiza la palabra. Lo maravilloso es que el hecho de hablar es de algún modo una actividada musicalmente compositiva: acentuamos mas rítmicamente para enfatizar un mensaje o atenuamos las diferencias silábicas con una monosodia que sugiere irrelevancia de lo transmitido; cargamos con energía nuestro decir aumento el volumen al punto de ser capaces de superar el énfasis y volverlo enojo, o de atenuarnos hasta la intensidad suave del secreto. Nos modulamos y a la alegría le ponemos agudos, y si el tema comporta gravedad también poblamos resonancialmente de frecuencias graves nuestra enunciación. Componemos cuando hablamos y nuestra voz es instrumento de develancion de nuestro ser sintiente en el mundo; para eso usamos el tono, el volumen, el ritmo, el timbre y también el silencio.
El ser que habla se retrata, y poder apropiarnos de ste axioma permite ser imagen de paz y concordia, para que nuestra prosofia sea una acción sonora sobre el mundo, una manera vibracional de embellecerlo.
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