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Silencio

“la música es lo que el silencio nos deja oír”

Vladímir Jankélévitch - La Musique et l'Ineffable


Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que me calle con el silencio tuyo.

Pablo Neruda – 20 Poemas de amor y una canción desesperada, Poema XV


Vamos a enfrentarnos al desafiante (y aparente) oxímoron: ¿a que suena el silencio? Preguntárselo es inaugurar un sinfín de problematizaciones siendo que, en primer lugar, el Silencio pareciera postularse a ser definido por vía negativa, es decir a conformarse en una ausencia (la del sonido). La onomatopeya “shhhhhh” (no educando con el ejemplo) pide sonoramente que se detengan los sonidos, es decir que se desvanezcan en el no ser, que se aquieten hasta desaparecer y ahí sí, ausentados, hagan nacer el silencio. Pero todo concepto que necesita para definirse ser ausencia (y pensemos incluso en el concepto de Dios que muchas veces se define por esa vía: Dios como infinito -el que no tiene fin-, inmaterial -el que no tiene materia-, incognoscible –que no puede conocerse -, eterno -el que no tiene comienzo ni concluye-, etc) corre el riesgo de ser sólo la sombra de aquello que lo desvanece siendo, así como el sonido desaparece al silencio. Sin embargo el Silencio pareciera suponer en sí mismo una entidad, tener una existencia emancipada del Sonido, incluso (para las impresiones más optimistas o épicas) podría postulárselo como el germen matricial desde donde el sonido encuentra su potencia de ser. Entonces, y por sí mismo ¿existe el silencio? La experiencia más cercana que podemos hacernos del silencio se consigue en unos ambientes controlados llamados cámaras anecoicas donde se reducen las reflexiones sonoras del interior a la vez que se aisla completamente la cámara de los sonidos externos. La palabra Anecoica inicia con el prefijo de negación “an” (otra vez una ausencia) que significa “sin” y ese sin es el Eco, aquella ninfa custodia de las grutas y las montañas, ágil de conversación y secuaz de Zeus en sus infidelidades, silenciada por Hera y desairada por el antipático Narciso. En estas cámaras no entran las ninfas y mucho menos Eco, por eso todo lo que suena no se refleja y se hace posible aproximarse a una experiencia del silencio. La cámara anecoica más silenciosa por el momento es la construida por Microsoft en el Building 87 en Redmond, Washington, donde el silencio alcanza escalas negativas de -20,6 decibelios (tengamos en cuenta que el choque de las moléculas de aire suenan en -24db, por lo tanto en esta cámara hasta el aire se anuncia como una canción). Supongamos que ingresamos en esta cámara anecoica porque pretendemos experimentar el Silencio, ¿cómo podríamos ofrendarnos a la experiencia del silencio con un cuerpo en movimiento metabólico constante que, en su expresarse vivo oscila sonando como un sutil instrumento? Todo ser humano expuesto a esos contextos anecoides contrariamente a encontrarse con el silencio lo hace con sus innumerables fonaciones intestinas y hasta podrían ser capaces de oír el sistema nervioso en su murmurante funcionamiento. Por lo tanto, el silencio como totalidad, como ausencia absoluta, es por el momento un imposible porque el ente que percibe, el cuerpo oyente, trae consigo sus sonidos y, si se ofrenda al silencio no podrá abstraerse de las propias vibraciones sonoras que lo constituyen porque somos no solos oidores sino también sonadores inevitables. En otra ocasión hablaremos de la famosa composición silenciosa de John Cage llamada “4´33´´”, pero hoy queremos compartirles la canción de Samir Mezrahi “A a a a a very good song”, una de las 100 canciones más descargadas del 2017 en la plataforma iTunes (les dejamos el enlace para quien la quiera “escuchar”: https://www.youtube.com/watch?v=62H79SPNxwQ&ab_channel=JakubHarvi%C5%A1)

Somos una inevitabilidad vibrante, un cuerpo fonante que encuentra en los cuencos tibetanos una familiaridad potente porque, quizás, más importante que en sus sonidos, sea en el silencio que dejan los cuencos tras de sí donde hallamos la recompensa de su compañia; ahí mismo en esa aparente ausencia es donde surge el contexto más fértil para oírnos a nosotros mismos.-

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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