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Sonando en la Tormenta


“Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se dispusieron a tocarlas”

Apocalipsis 8, 4-6


«el medio más oportuno para experimentar los funestos efectos de los rayos y centellas, es tocar las campanas cuando la tempestad está sobre la torre”

Carta de un fiscal de la ciudad de Nancy al diario Mercurio histórico y político, julio de 1781, p. 239.


Cuando mirando el cielo los habitantes de la Europa medieval se descubrían al acecho de una tormenta, por el bien de sus siembras y casas, deseaban con fervor que de las negras nubes cayera el agua pero no el granizo. Era sabido que si, además de los rezos, el campanero local tañía la campana de la iglesia, el sonido barrería las nubes alejando la tormenta. Por eso, al pie de la “campana Wamba” (la mas famosa de la catedral de Oviedo, fundida en 1219 y al día de hoy la mas antigua de toda España que sigue en uso) puede leerse “XPS Tonat, XPS Sonat” ,”Júpiter tonante, Júpiter sonante”, siendo este Dios el encargado del maleficio de las tormentas, llevaba a su vez esta sentencia la indicación del antídoto: el sonido. Con una funcionalidad meteorológica las campanas medievales se volvieron un verdadero artefacto para asustar a los rayos y los truenos. El toque especifico y mas eficaz para ahuyentar la tormenta se llamaba “Tentenublo”, y al tañido de las campanas debía acompasarlo la recitación estricta de una oraciòn favorecedora:


“Tente nube, / tente tú, / que Dios puede / más que tú. /

Tente nube, / tente palo, / que Dios puede / más que el diablo

Si la lluvia traes / ven para acá, /

si piedra / vete para allá. ”


Y como se creía que el granizo era acción diabólica sobre la tierra, entonces debían las campanas estar consagradas y bendecidas, para que no sólo el sonido sino el poder de Cristo vencieran las perdujiciales energías que hacían granizar sobre las campos. Aunque no institucionalizada la pràctica de difundiò de tal manera que no sòlo se recitaban los tentenublos desde los campanarios sino que se construìan rudimentarias casas llamadas “esconjuraderos” desde donde el pueblo auxiliaba los sonidos de las campanas con oraciones especìficas. El Sacerdote del siglo XVI, también músico y matemático Martín Mersenne, bautizado por muchos “el padre de la acústica”, y autor de una importante obra teológico-musical de su época (el “Traité de l'harmonie universelle” de 1627), decidido a zanjar la disyuntiva, se aboco al estudio de las campanas, sus resonancias, diámetros y grosores y no pudo determinar nada concluyente en la acción de su sonido frente a las tormentas. Sin embargo no todo el clero estaba a favor de esta práctica porque en lo concreto era sobre los campanarios donde más frecuentemente caían los rayos, el padre fray Benito Jerònimo Feijoo denunciaba esta pràctica como la responsable de la caìda de rayos en los campanarios de Bretaña y luego de la muerte de 5 personas y 60 heridas en Longville cuando durante la fiesta de Pentecostés, y por la venida de la tormenta, se precipitaron a tañir las campanas, el costumbre de barrer con sonido la tormenta empeza a ser atacada. Gran parte del clero comenzò a creerla como una perniciosa superstición pero estando tan arraigada en las poblaciones significa riesgoso extirparla con la prohibición. Poca a poco los parlamentos locales fueron haciendose eco y en 1783 ya estaba declarada la abstención de tocar las campanas en tiempo de tempestad en Berlìn, en 1784 fue prohibido por el parlamento de Paris y en 1786 se extendiò la prohibición a toda Francia.

A este efecto del sonido de las campanas en las nubes se lo conociò en el siglo XVIII como “comunicación metàlica” y aseguraba que el vibrar de las campanas imprimìa en el aire un efecto disgregador de las nubes. Los debates de fìsica de ese momento variaban entre los que afirmaban que como los metales eran conductores elèctricos lo eran a su vez los sonidos que los producían, aquellos que se oponiàn a estas afirmaciones y aquellos que aseguraban que al golpear el badajo la campana se dispersaban unas imperceptibles particulas metàlicas que por su livianisimo peso ascendian a las nubes y atraìan el rayo hacia el campanario. En el Concilio Vaticano II se determinò mecanizar las campanas haciendo desaparecer la profesiòn de campanero. Hoy dìa y gracias a la declaraciòn en 2013 del toque de campañas como “Bien Inmaterial de Interés Cultural” podemos oir el “Tentenublo” aùn tronando en Europa (dejamos aca un enlace para que puedan oir este toque https://www.youtube.com/watch?v=TKbpeU_mxco ).

Hace unos años tuvimos la ocasión de conversar con Miguel Angel Sottovia (''Lito'') el bombero voluntario de Carhuè que inició los esfuerzos para el rescate de la campana inundada en Epecuèn. Las campanas son instrumentos que desde siempre tuvieron vinculo con lo religioso y se les concedió posibilidades metafísicas, y mas allá de la realidad física que pueda modificar sus sonidos, siempre su percusión tuvo esencia de oración. En noviembre del 2015, a los 30 años de la inundación de Epecuèn, la campana de esa ciudad ya bajo las aguas fue instalada en la Parroquia Nuestra Señora De Los Desamparados de Carhuè. Antes de inmovilizarla para su exhibición, y luego de 30 años quieta y agonizante bajo las aguas, las manos de Lito la resucitaron del silencio y, una vez mas, sus sonidos fueron parte del mundo (https://www.youtube.com/watch?v=nO-8Ih4s6UU).

Cada vez que tocamos nuestros cuencos ahuyentamos nuestras tormentas vitales, revivimos en su sonido las potencialidades de lo vibrante y hacemos resucitar, vez a vez, la opción del bienestar.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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