Como impulsada por una misión y venciendo el terror al temblor que le movía el piso al andar, atravesaba una madre la cuidad de Venecia mientras se sucedía un terremoto feroz. Enfrentadas ambas potencias naturales, el temblor de la tierra y el parto, dejaban un estela de alaridos al sucederse, cada una por sus causas, cada una por sus razones pero ambas, unidas en la fuerza de lo natural obligaban a los gemidos: el terremoto a los ciudadanos, la madre a si misma por su dolor de alumbramiento; fue sin dudarlo un momento potentemente sonoro y quizás también un presagio. Se detuvo la mujer al encontrar la puerta de Margarita Veronese, una partera local ya avisada de su urgencia y con todo dispuesto para auxiliar el nacimiento. Eran los inicios de marzo de 1678 y a un tembloroso mundo se asomaba dificultosamente un niño de incipiente pelo rojizo y tan frágil que un par de ojos más sobre sí hubieran podido fulminarlo. Margarita, sintiendo que el niño fallecía, unió su intención en un soplo vital y boca a boca trasvasó vida en el pequeño que, aceptándola, sumó su llanto a los llantos de esa noche de terremoto y parto, y sonó con su comunidad en el nocturno miedo Veneciano. Aún corría riesgo de vida y por eso, contraviniendo la norma que imponía bautizar a los niños sólo en las iglesias, Margarita bautizó al recién nacido en su casa volviéndola un templo y solicitando a dios, a su vez, su presencia y su protección. Y así fue. El bebe sobrevivo y se le obsequió un nombre: Antonio Lucio Vivaldi; la vida luego le obsequió un apodo: “el cura rojo”, y el tiempo no olvidando su obsequio le dio permanencia en la historia como uno de los grandes maestros Barrocos y (entre sus 865 obras) el autor de la obra tan felizmente popular “Las cuatro estaciones”. Pelirrojo y sacerdote, el inicio problemático de su vida que lo dejó débil y asmático le permitió pretextar imposibilidad física para oficiar de sacerdote y, dispensándolo de toda obligación litúrgica, pudo dedicarse de lleno a la música. Sin embargo a quienes queremos observar para ampliar nuestro relato es a Margarita Veronese, la partera, y Camilla Calicchio, la madre de Vivaldi. Ya que de lo que hablaremos es de música y embarazo.
El oído, en principio, es el caballo más veloz del emperador y llega antes a la conexión vital siendo el primer enlace (además de la madre) con la exterioridad. En una continuidad mecánica (y sublime) las vibraciones del entorno se transmiten al líquido amniótico y a su vez por su intermediación al oído interno. Como para aumentar la maravilla incluso un bebé oye a través de la madre gracias a las vibraciones epiteliales y óseas que ella recibe. El sonido, aún no siendo sonido para el bebe al inicio del embarazo es de cualquier modo una sensación, una cercanía que tomará forma de realidad sónica semanas luego, tanto es así que alrededor de la semana 24 el oído y todo su mecanismo auditivo está desarrollado al punto de ser estructuralmente comparable con el de un adulto. La voz de su madre es su sonoridad más familiar a la que responde moviéndose e incluso acompasando, a modo de danza, sus movimientos con las interacciones silábicas. Ni bien nacido podrá reconocer la voz de su madre entre cualquier otro sonido y encontrará en ella una calma familiar y en ella un necesario recurso para su tranquilidad en este mundo que se le inaugura. En términos estrictamente musicales hacia el quinto mes puede distinguir entre rangos graves y agudos y será esta posibilidad una de las primeras herramientas donde cimentar el lenguaje que vendrá después. Desde el sexto mes la voz del padre puede funcionar en términos de percepción como la de la madre y tranquilizar al bebe. La disposición musical también inicia en esta etapa del embarazo y como revela la investigadora Sheila Woodwar de la Eastern Washington University al exponer a mujeres gestantes entre las semanas 30 y 40 y aplicando diferentes estímulos demostrar que la estimulación con música es la que más efectos en el rítmo cardíaco fetal posee y la que provoca un estado de atención del 87,5%. El ambiente acústica intrauterino es un lugar donde la música tiene un lugar, incluso de privilegio. De entre las músicas quizás prefieran por sobre otras la de Mozart. En principio pareciera haber una razón rítimica siendo que se puede concebir como una constante cierta rítmica subyacente en las composiciones de Mozart de alrededor de 0,5 segundos entre cada nota. Esta regularidad ayudaría a promover las ondas alfa, colaborando con mejorar la calidad del pensamiento, a la vez que colaboraría con la respuesta inmunológica reduciendo los niveles de estrés y mejorando la concentración. El mundo del bebe está inundado de musicalidad: la voz de la madre acompasada con los latidos del corazón, la rítmicidad silábica en su decir, el murmullo del fluir sanguíneo, todos armonizan el acorde de la vitalidad sonora intrauterina y determinan, en el oír, una gestación de la identidad, un desarrollo en potencia del lenguaje y una de las más iniciáticas formas del placer de estar vivo. Como sugerencia para colaborar por la exterioridad con los sonidos recomendaremos evitar composiciones de rítmo cambiante y enfático como Wagner o algunas composiciones de Beethoven o Brahms, el rock agresivo; y sí por el contrario elegir las constancias de la música barroca, oír a Vivaldi y a Mozart que poseen, a la vez, suavidad, complejidad melódica y regularidad rítmica. Como de las músicas más estudiadas en relación a sus efectos están las de Mozart podemos recomendar en relación a su eficacia las siguientes piezas: la Sinfonía No. 25 en Sol Menor (k¬183), las variaciones en Do Mayor sobre la canción “Ah! Vous dir ai¬ je Maman” (K¬265), el cuarteto para Flauta No.2 Primer Movimiento Allegro (K¬285), el Rondó Allegro de Eme Kleine Nachtmusik (Una pequeña serenata nocturna) (K¬525), y el Concierto par a piano No.17 Allegro Presto (K¬453).
Cada vibración es una posibilidad, de ser, de estar-siendo, de mejorar en el sentir y de crecer. Nuestros cuencos suenan intentando multiplicar las posibilidades y, en ellas, abrir más vías al bienestar.-
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