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Sonidos redentores

“Conozco un buen encantamiento de Orfeo para que la antorcha, dirigiéndose por ella misma hacia la cabeza, queme al hijo de la tierra de un solo ojo, el Cíclope”

Eurípides, El Cíclope

“Por fuera de las partes elementales de la matemática, nuestra argumentación no es nunca irrefutable y sin lagunas”

Karl Popper – La responsabilidad de vivir


Orfeo fue un mago que obraba encantamientos a través del sonido. Las historias que lo sobrevivieron lo cuentan capaz de desplazar objetos solamente con el poder de su canto, o dominando la naturaleza a tal punto que los animales se aquietaban con su música y obedecían su voluntad. Pero esas fueron proezas menores, ya que en ocasión desesperada frente a la muerte accidental de su amada consiguió Orfeo con la potencia de su lira arrancar el alma de Eurídice del mundo de los muertos. Sobrevivió como evidencia de este prodigio en una crátera (una vasija antigua para mezclar el vino y el agua) la imagen de Orfeo agradando con la música de su lira a los reinantes del inframundo Hades y Perséfone, y consiguiendo de este modo la revocación para Eurídice de su condición de muerta y la posibilidad de volver al mundo de los vivos. Este relato trae el alivio de pensar que la belleza de la música es más fuerte que la inercia de la muerte y que la sabiduría en la combinación de los sonidos puede, acaso, corromper a las incorruptibles deidades y vencer al invencible destino de perecer; pero además este relato nos permite entender como en la antigüedad al arte de la manipulación (kheirourgeim), a la herboristería medicinal (rhizotomos), y al curador por vía del movimiento físico (gymnastal), se sumaban como agentes terapéuticos la música y el canto como posibilidad para el bienestar (himnópolas). Algunos supusieron que el poder mágico de Orfeo obraba por la combinación de sus sonidos (meloterapia natural) y otros por el contrario encontraban en sus palabras la capacidad curativa (logoterapia mágica). Lo cierto es que ambas ideas comparten la existencia de prácticas terapéuticas mágico-religiosas donde el sonido actúa prodigiosamente sobre el hombre y la naturaleza. Y no sin relación es que la palabra “encantamiento” (in-cantamentum) proviene de “Cantum”, el canto transformador de la sustancia viva. Sobre el final de la vida de Orfeo, entre las muchas versiones, nos gusta la de Eratóstenes que cuenta que Orfeo, siempre fiel al culto Dionisíaco, en sus últimos años se volcó al opuesto culto de Apolo. Entonces, enojado Dionisio hizo que las Ménades lo despedazaran y colocó a su lira entre las constelaciones. Quizás al mirar el cielo en una noche estrellada algún sonido del abismo estelar nos confirme esta versión.

Tiene el Tibet también su propia mitología de sonidos resucitadores. Una de ellas nos llega de manos de la tibetologa Alexandra David Neel que relata como en un monasterio de los Himalayas tuvo ocasión de conocer a un maestro Bön-Po apodado “Maestro de arte del Tono”, señalado por los otros monjes del lugar como un Mago del sonido y capaz de conseguir vibraciones que tanto quitaban la vida de un cuerpo como la devolvían a él.

Al estudiar una cultura milenaria dos tentaciones corruptoras nos salen al encuentro: idealizarla o primitivizarla. Ambos excesos (uno hijo del desconocimiento y el otro de la soberbia racional) atentan contra la posibilidad de avanzar en el develamiento de los mecanismos de algunas tradiciones y en cómo llegan a nuestros días y se vuelven también en nuestra cultura un recurso, una guía y para muchos un camino. La música es una de esas omnipresencias, en la historia y en la terapéutica. Hoy día quienes sonamos los Cuencos Tibetanos sentimos en la ciencia la posibilidad (y el ánsia) de la confirmación, y en el mito la fuerza de la tradición que nos impulsan a no suspender los sonidos y a volvernos una pieza más en el adoquinado camino que nos lleva, sonando, a la mejor versión de nosotros mismos.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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