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“¡Todos esos doctores, en música floridos!”

Otro ciclo llega a su fin y nos gusta mordernos la cola reuniendo en la memoria el recorrido que hicimos y celebrando la posibilidad de compartir esta fascinación por la música. Iniciamos el año oyendo las músicas que curaban al bilis negras, la melancolía, y supimos del Ayre Ingles y de su más célebro músico-médico: Thomas Campion, y de cómo gracias al trabajo de Susan Agrawal, de la Universidad de Princeton de 2002 ( “Las imitaciones de síntomas melancólicos humoral y optimista en la Música del Ayre Inglés”) podemos explicarlo científicamente. Vimos, intencionado y exitoso, a Bach componer sus famosísimas “Variaciones Goldberg” para auxiliar a la vez la práctica de su alumno clavecinista Johann Gottlieb Goldberg y el insomnio de su vecino de habitación el conde Hermann Karl von Kayserling, diplomático ruso de la nobleza alemana. Hablamos de barberos y cirujanos, que hacían pequeñas cirugías utilizando la música como anestesia o distractor del dolor y tras esta excusa pudimos hablar de las investigaciones de Tim Ringgold y otros científicos sobre el efecto de la música para atenuar el dolor. Nos enfrentamos al enigma aún presente de las causas de la muerte de Mozart listando desde las hipótesis criminales (como el envenenamiento a manos de su rival el compositor Salieri o por compañero masón Franz Hofdemel, marido de una alumna de Mozart que se suicidó al día siguiente de la muerte del compositor), asi como también las hipótesis mas médicas, viendo desde las postuladas en la revista científica Annals of Internal Medicine donde figura la afirmación de muerte por infección por estreptococos, pasando por la idea del médico y científico mexicano Adolfo Martínez Palomo que afirma que aunque no puede asegurarse la causa de muerte lo más coincidente es asociado a una insuficiencia renal terminal (no dejamos fuera las hipótesis del doctor Peter J. Davies, del Hospital St. Vincent, de Melbourne (Australia) ni las del también médico Car Bär o las del doctor Jan Hirschmann). Hablamos de ejecutantes de flauta de la antigüedad no tan célebres como Harmónides, Eumolpos, Títiros y Terambos. De la casa sonante hecha de huesos, que puede verse en la actual Ucrania y conocida como la batería de Mèzine también hablamos; y no nos privamos de subir al ring, enemistándolos sólo para pensar a Homero y Arquíloco para hablar de música apolínea y dionisíaca y pensar la asemanticidad o no del fenómeno musical. Temblamos frente a la creación Stalinista de la “Asociaciones de Músicos Proletarios” y su furor censor. Viajamos al pasado en los himnos de Mesómedes de Creta que le dieron la libertad y un lugar en la breve eternidad de la historia de la música. Y el mes pasado nos tomamos el tiempo que merece la historia de Hamelín, analizando las hipótesis musicales (y las que no) de la desaparición de un centenar de niños siguiendo los influjos sonoros de un flautista misterioso.

Todo esto nos reverbero, mes a mes, en el interés, en el intelecto y en el corazón. Y así hacemos música con el pensamiento y la curiosidad, así también se hace la música: con menciones, historias y peripecias. Ustedes hacen sonido con sus ojos porque al tiempo que leen hacen de estas palabras escritas una musicalidad interior. ¡Gracias por la música de sus ojos que vuelven sonido en sus mentes estas palabras aladas!

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