El cuerpo del ser humano es, acaso, el misterio más cósmico y más cercano que se nos presenta; pensarlo como una plataforma de despegue hasta las sublimes alturas de lo inmanifiesto es tan posible como lo es verlo como una anudacion incontable de moléculas, átomos y cualquier otra forma de la cruda materia. Así fue como durante largo tiempo las técnicas que consideraban el cuerpo material se distanciaron de las que consideraban el cuerpo energético o sutil. Y perduraron enemistados estos enfoques tanto que uno sentenciaba al otro como inadecuado, fantasioso o frívolo y el otro le respondía en los mismos incordiosos términos. Fue necesario que un lenguaje comulgara esas dos maneras de entender la corporalidad del Hombre y demostrara, actuando simultáneamente sobre la realidad material y energética, que la totalidad humana no tiene escisiones y que la salud solo se da cuando es inclusiva. El Sonido es para nosotros ese lenguaje embajador ya que hace posible generar ese estado que algunos llaman “armonía” y otros “huida del estrés crónico por generación de oxitocina”. Ambas expresiones aluden a una única realidad corporal y se consigue por la vía de la exposición de esa totalidad humana al sonido de los cuencos tibetanos. El Sonido nos permite ser explicado por metáforas o por proposiciones científicas, nos regala la posibilidad de esa doble vía de acceso y, aunque parezca que son dos caminos divergentes, en realidad son dos vías al único destino al que el sonido conduce: el bienestar.
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