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Una sonoridad obediente

“La música nunca expresa el fenómeno, sino la naturaleza interna, el ser interior de todos los fenómenos, la voluntad misma”

Arthur Schopenhauer – El mundo como voluntad y representación


“La escala china, se mire por donde se mire, es ciertamente muy escocesa”

Charles Burney, The Bodley Head history of western music


En muchos ordenamientos sociales la posición relativa de los miembros de una comunidad se entiende como el resultado de un designio sobrenatural donde el Dios o entidad energética tutelar de ese conjunto humano diseña jerarquías sociales como parte de su plan para los hombres. Bajo esta perspectiva si las jerarquías sociales siguen un orden cósmico entonces la música, que también refleja el orden cósmico, debe a su vez reflejar las jerarquías sociales. Se cumple entonces como en las matemáticas una relación transitiva: cuando un elemento se relaciona con otro, ese otro con un tercero, entonces el primero se relaciona con el tercero; así también se entendieron los sonidos en los orígenes musicales de la China. Nomenclar los sonidos implica identificarlos separadamente, poderlos reproducir en sus rasgos particulares y finalmente identificarlos de una manera inequívoca y ponerlos entre sí en una posición relativa. Todo este procedimiento lleva detrás la generación de sistemas de ideas que sostengan a modo de razones o argumentos este orden de los sonidos. En China comenzó esta búsqueda cuando el filósofo y sabio Ling Lun fue encomendado a la compleja tarea de encontrar “el tono auténtico”, un sonido central y primigenio que sintetice en sí mismo el hecho entero del Vibrar. Funcionaría este “tono auténtico” como punto fijo a partir del cual constelarían los otros sonidos para formar, juntos, un sistema. Inspirado por el mismo silencioso hálito creador que hiciera aparecer en otras geografías y otros tiempos pero de manera semejante la Siringa griega, la Zampoña andina, el Nai rumano y el conocido Sicu, Ling Lun decidió tomar una caña de bambú y, usando la medida (también cósmicamente ordenada e inspirada en la anatomía del emperador) de un pie de longitud, hizo allí un orifico que al soplar el hueco bambú produjo un sonido al que bautizó “Tono auténtico” y que hoy encontraríamos cercano a la nota F# (en su quinto armónico del rango audible: F#4). Continuó Ling Lun con lógica pitagórica, ya que siguió la relación de proporciones que utilizara Pitágoras con las cuerdas y ahuecó la caña sucesivamente hasta conseguir, luego de 23 perforaciones, 23 sonidos, y volver al sonido inicial (fa sostenido) pero en una octava más aguda. Estos primeros sonidos fueron la base musical de la China antigua y de allí derivan los cinco sonidos base que formarán la escala Pentatónica China: fa#, Sol#, La#, Do# y Re#. Como estos sonidos debían relacionarse con el orden social de entonces se le asignó a cada uno la representatividad de un estrato social específico y, en lógico orden descendente, al F# se le dio el sonido del emperador, al Re# el del primer ministro, al Do# el sonido de los servidores públicos, el La# la sonoridad de la población urbano y último en el escalafón sonoro el Sol# debió representar los subterráneos sonidos de la población rural. Y así conformada la escala, y espejando la ordenación cívica de la china antigua, los sonidos en su interacción reflejaban a su vez las impalpables vibraciones de las interacciones sociales humanas.

Esta historia nos vincula con la curiosa costumbre humana de forzar relaciones en las cosas y los hechos sólo para justificar las incongruentes construcciones desiguales de muchas formas de organización social; en vez de volver la vista hacia la jerarquía social y ponerla en juicio en lo que es y lo que significa, lo que se buscó en la china de entonces es una teoría de los sonidos y ponerla a disposición para que fundamente también en las vibraciones de esos sonidos las jerarquías que los hombres imponen. Y está astucia se utiliza hoy al catalogar la música en compartimentos connotados como “música mayor”, “mesomúsica”, “música baja”, “música primitiva”. Los sonidos no tienen jerarquías y bailan una danza entre sí espejando la interioridad de quien los produce y celebrando la interacción de entre quienes tocan. El camino de la investigación obliga a no forzar coincidencias sólo para confirmar los propios prejuicios y a soportar el habitual paisaje de la incertidumbre. Los Cuencos Tibetanos tienen mucho para decirnos aún y mucho hay por precisar del porque esta fascinación que producen y este recurso tan válido que se vuelven para el bienestar; pero aún su elocuencia mayor es la de sus propios sonidos, esos que no son palabras y sí vibraciones, y que consiguen esquivar, en este atravesar los milenios en que andan vibrando, las apropiaciones que intentan quitarles su horizontal dimensión: la de ser vibraciones hermanas de toda existencia humana.

VISHUDA CUENCOS TIBETANOS

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