Cuando hablamos de lo sonoro los pronunciamientos siempre son varios y atrayentes. La manera de definir aquello que se escucha es tan plural y múltiple como definidores haya parlamentando. Pero hay algo que subyace a lo que suena y que no todos los pensadores han contemplado, que es el mismísimo hecho de poder oír. Es tan habitual esta realidad que se nos adormece la fascinación de poderla poseer y por eso a la escucha la integramos como algo infaltablemente presente, como algo dado e inalterable. Queríamos hoy reparar en algunas definiciones o aportaciones a la posibilidad de escuchar y a la potencialidad que trae percibir el mundo a partir del oído. En principio diremos de entrada que la diosa a Parménides le sugería guardar la palabra oída como algo valioso, y más aún en Heráclito podemos encontrar esta importante diferencia entre el mero “escuchar” y el más valioso “oir”, siendo como era para este pensador “oscuro” la audición de importante ya que permitía acceder a otro nivel de la percepción. Sócrates también valoraba la audición y a su metodología mayéutica la aceitaba con sus oídos captantes de la escondida sabiduría del otro, pronta a ser parida por la pregunta del filósofo. En las obras de Aristóteles dedicadas a los fenómenos que afectan el cuerpo y el alma (los “Parva Naturalia”) menciona el Estagirita que para dominar la oratoria es menester antes entrenarse en la escucha. Todas estas son menciones importantísimas sobre el asunto que nos convoca. Pero queremos resaltar especialmente a Séneca y Epicteto que se sumaron a esta lista de indagadores de lo sonoro afirmando que el oído era el órgano más pathetikós (pasivo, meramente receptor) pero también el mas lógikos ya que capta el logos mejor que otros. Así, esta potencialidad o incapacidad de percibir a través de la audición se vuelve mitad puente – mitad cárcel, pues abre una posibilidad pero al tiempo la ocluye con su pasividad, con su incapacidad de influirla. A nosotros nos gusta abrigarnos tras las palabras de Boecio que sentenciaba “ningún camino lleva mejor al alma que el oído”, y por eso cerramos los ojos para que el mundo nos amanezca en las orejas y dar cuenta de él por lo escuchado, por lo que vibrando por el tímpano se nos ingresa y nos informa.
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